07.09.18

Sin preguntas para el diablo

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Entrevistar al diablo es casi imposible en nuestros tiempos.

En nuestros pardos tiempos de censura multitudinaria y corrección política resulta difícil entrevistar al personaje de mayor interés público: el diablo. Si para Walter Lippmann “la tarea más alta del periodista es decir la verdad y deshonrar al diablo”, su máxima está en aprietos. También la de nuestro Julio Scherer: “si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos.”

Esta semana, una ola irreflexiva de reproche en boca de los ya tradicionales ofendidos –paladines autoproclamados de la virtud y el buen camino, pero centinelas involuntarios de la cerrazón– increpó al magnífico David Remnick, editor general de la eminente revista The New Yorker, por haber invitado a Steve Bannon, uno de los más siniestros ideólogos del trumpismo, a su festival otoñal de las ideas para una entrevista en foro abierto.

Lo más lamentable es que las quejas vinieron justamente de quienes, en un mundo normal, menos se supondría.

A Remnick le cayó el avispero digital. “Estoy asqueada de que el Festival de las Ideas de The New Yorker haya invitado a Steve Bannon como cabeza del cartel. No es un funcionario público, no es intelectual legítimo; es un organizador de extrema derecha que explota la credibilidad intelectual de la plataforma”, tuiteó la documentalista y periodista Lindsay Beyerstein. Le siguieron las celebridades Jack Antonoff, Judd Apatow, John Mulaney, Sally Yates, Boots Riley y Jim Carrey, quienes también eran invitados y amenazaron con cancelar su participación. En unas horas, las redes sociales eran una olla hirviendo y cientos de lectores habían cancelado no sólo su asistencia al evento sino…¡su suscripción a la revista!

Remnick –acaso uno de los periodistas más agudos e incisivos del mundo– pidió calma, prometiendo que haría la entrevista con la seriedad y sobre todo la mordacidad de siempre; que en su calidad de diablo –algo que cualquier periodista de primer semestre sabe– Bannon tenía mucho que ofrecer. Pero las quejas no cesaron, la cancelación de suscripciones continuó y Remnick, probablemente bajo presión interna (aunque esto es una suposición mía) tuvo que recular, posponiendo el encuentro con Bannon para “otra ocasión y otro formato”, empero no sin lamentarse en una carta diciendo que Oriana Fallaci, la gran entrevistadora del siglo pasado –cuya lista de diablos cuestionados incluyó ni más ni menos que a Kissinger, el Ayatolá Jomeini, Muamar Gadafi y Ratzinger– difícilmente podría vivir hoy.

Afortunadamente, el semanario inglés The Economist –también liberal y una de las publicaciones más viejas del mundo–, envuelto en exactamente el mismo escándalo con el mismo personaje por un evento similar con unas semanas de diferencia, sí procederá con su entrevista. Pero el drama en Estados Unidos es una prueba inequívoca de nuestra era convulsa, donde merced al puritanismo se prefieren las frivolidades de Jim Carrey a una inmejorable oportunidad para provocar y deshonrar al diablo de la mano de uno de los mejores entrevistadores. Una era en la que predominan las cómodas cajas de resonancia –aposentos virtuales de autoestimulación– y todo lo que escapa de ellas es peligroso: una amenaza.

Lo más lamentable es que las quejas vinieron justamente de quienes, en un mundo normal, menos se supondría; quienes más interés en Bannon –no sólo periodístico sino ontológico– deberían tener: la élite liberal y cosmopolita estadounidense que naturalmente compone a la audiencia del The New Yorker. A Remnick lo debe haber asustado el nuevo perfil de sus suscriptores.

En este tenor, una de las voces más caprichosas fue la de Chelsea Clinton, hija de Bill y Hillary, portaestandartes del liberalismo en la acepción estadounidense. “Para quien se pregunte qué es la normalización del fanatismo,” tuiteó, “basta ver la invitación que hicieron The New Yorker y The Economist a Steve Bannon a sus respectivos eventos en Nueva York.”

Caray, aun con una entendible motivación política por parentesco, ¿no se le ocurre que censurar a los vencedores de su madre es darles combustible? ¿No sospecha que son estas actitudes antiliberales las que más dañan el supuesto liberalismo que su estirpe pregona? En cualquier caso: ¿No le gustaría escuchar a Bannon titubear ante los dardos envenenados de Remnick en un insuperable escenario para la ridiculización y la confrontación argumentativa

Evidentemente no, lo que invita a concluir que algunos liberales estadounidenses no sólo no entienden sino estimulan, avivan, enardecen inadvertidamente al trumpismo; que, en suma, no son liberales, pues un verdadero liberal –como Remnick– estaría feliz de platicar un rato con el diablo. Eso sí: Bannon no perdió la oportunidad para arremeter contra la revista por retirar su nombre. “Acepté porque pensaba que iba a hacer frente a uno de los periodistas con menos miedo de su generación”, escribió. Pero ganó el silencio. Se impusieron la censura y la corrección: triunfó el diablo.

Nota: Para un fabuloso comentario al respecto, recomiendo Oriana Fallaci and the Art of the Interview, de Christopher Hitchens, en Vanity Fair (diciembre, 2006).

*Este artículo se publicó el 7 de septiembre del 2018 en Reforma: Liga