28.08.13

Reforma energética: destellos de surrealismo

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“Oh, qué enmarañada red tejemos cuando a engañar nos disponemos.” – Sir Walter Scott en Mermion.

En 1938, año de la expropiación petrolera, el máximo expositor del surrealismo –el poeta André Breton– visitó México y se llevó una grata sorpresa: se trataba, según él, de un país naturalmente surrealista.

75 años después, nos deslumbra un destello de surrealismo que demuestra que, en México, el tiempo no es lineal –cualidad propia del surrealismo. Me refiero a la estrategia simbólica que utilizó el Presidente Enrique Peña Nieto para presentar su reforma energética.

Lo más surrealista es que el gobierno tuvo que regresar al… pasado, para poderse mover al… futuro.

Sería prudente, por respeto al carácter sublime de la poesía, no equipararla con la política (no quiero que me acusen de impertinente); pero es tentador pensar que un país que tiene que regresar al pasado para poder ir al futuro es un país, como lo definió el poeta francés, indudablemente surrealista.

El proyecto de reforma energética presentado por el presidente propone eso, regresar al pasado, pero claro, con la intención ulterior de alcanzar el futuro –que por mero se nos escapa. La propuesta es borrar los cambios que se le hicieron a los artículos 27 y 28 de la constitución en los años sucesivos a 1938, y regresar al original estatuto del General Lázaro Cárdenas. En síntesis, que el Estado, permaneciendo como único dueño de los hidrocarburos, pueda celebrar contratos de utilidad compartida con la iniciativa privada en exploración, extracción, refinación, transporte y almacenamiento de hidrocarburos –que es lo que había establecido el Generalísimo originalmente.

Resuenan en mí las notas internacionales sobre el acontecimiento: “México regresa en el tiempo para asegurar su futuro”; “Mexico goes back in time to secure its future”; o “Mexique remonte dans le temps pour assurer son avenir”.

Lo más surrealista es que, con ánimo de burlar a los sectores más conservadores –en el actual espectro político denominados erróneamente de izquierda– y evitar que nos anclaran eternamente al pasado, el gobierno tuvo que regresar al… pasado, para poderse mover al… futuro. Y más cómico aún, tuvo que regresar a un pasado más distante, pues la obstinación de los sectores de oposición es por mantener lo que se cambió después de 1938. Resulta entonces que, irónicamente, como si fuera novela de Ibargüengoitia, el grupo al que los verdaderos conservadores tachan de conservador, es más conservador que ellos, aunque claro, sólo como estrategia para ser más liberal.

El anuncio tomó a los sectores radicales, comandados por Andrés Manuel, en completa sorpresa pues no se imaginaban que, el gobierno que descalifican de neoliberal (como si eso fuera malo ipso facto), apelaría al simbólico pasado para, como muchas veces hacen los demagogos anti-neoliberales, ganarse el corazón del pueblo.

Seguramente también tomó a otro conservador (aunque no tan radical) de sorpresa: el hijo del General quien, automáticamente después del anuncio, declaró que no era necesario hacer lo que le hicieron a su papá, es decir, cambiar la constitución. Aunque eso significaría, por supuesto, que lo que proponía su papá…estaba bien. Cul-de-sac. Callejón sin salida.

Y el regreso al pasado no es sólo retórico; en verdad, estimado lector, viajaremos como Proust en busca del tiempo perdido, tiempo en el que nuestro país se detuvo mientras otros avanzaron –en gran parte debido a las políticas petroleras postcardenistas. Pero entonces, quizá después de todo, no viajaremos en el tiempo; sólo despertaremos de un largo sueño surrealista.

*Este artículo se publicó el 25 de agosto del 2013 en ADNPolítico: Liga