01.08.18

La tía Tatis

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Esquema de Tatiana Clouthier.

Tatiana Clouthier me recuerda a Anjelica Huston. Un poco físicamente –dueña de una belleza muy especial, de facciones afiladas–, también como hija de un hombre notable cuya estela en el mismo camino a menudo le hace sombra, y finalmente como actriz. Aunque la política no es ficción como el cine, sí es representación y contiene narrativas y dramas. Y Tatiana ha hecho un papel importante –aunque hasta ahora de reparto– en el blockbuster veraniego La cuarta transformación.

Su personaje en la campaña fue el de promotora de la república de la felicidad. Para ello se sirvió de una fórmula medio trillada de la llamada psicología positiva, tipo Tony Robbins y Alfonso Ruiz Soto: la idea de que la redención no sólo era posible sino que ya estaba aquí, nada más era cosa de actitud, de cambiar el chip, de modificar la aproximación a la vida y ponerse las gafas de López Obrador. Esto contrastó un poco con la visión apocalíptica de algunos de sus correligionarios –quienes hasta no ganar la elección equiparaban el statu quo con la peste bubónica–, y fue fundamental para acelerar el fin de la melancolía neoliberal. El régimen ha sido terrible –decía Tatiana– pero vendrá uno mejor… es más, ya llegó, ya está aquí, dejémonos envolver, pues el triunfo es inevitable, seamos felices de una vez. De ahí sus odas al sol y a la alegría y al amor y a los corazones y a la paz y a la buena vibra. Y también de ahí, con enorme precisión, el apelativo de “la tía Tatis”, hermana buena onda del rey.

Tatiana Clouthier me recuerda a Anjelica Huston.

Tuvo sin embargo un gran contrapeso, que a mi juicio es su lado más verosímil: el de la mujer norteña entrona y temeraria, dama del feminismo más auténtico que tenemos, tan superior al odio contemporáneo al hombre. ¿Es un estereotipo? No, es un atributo plenamente identificable. Ahí están las tremendas zarandeadas argumentativas que les puso a algunos de nuestros más brillantes políticos y polemistas y conductores y periodistas y directores de campaña sin pena ni pudor ni recato, como debe de ser. Era una tía buena onda, sí, pero antes que nada arrojada y valerosa y valiente y mordaz. Y aunque, aclaro, no es ni necesario ni deseable verla en función de los hombres, en un ámbito tan machista como la política mexicana sus desafíos campechanos rompían agradablemente con la protocolaria y casi solemne masculinidad.

La tía Tatis también fomentó (y aprovechó para sí) cierto star system morenista: el culto a la personalidad. Vamos, no hay otra figura del lopezobradorismo –salvo, claro, él mismo– tan ensalzada a priori. Al grado de que en la cúspide de la campaña, cuando ya era previsible el famoso tsunami, muchos vimos inminente la aparición de parafernalia suya –playeras, stickers, tazas y posters– en los centros urbanos del hipsterismo amlista. Algo como la foto del Che Guevara de Alberto Korda y la Marilyn Monroe de Andy Warhol en un formato millenial y mexicanizado: su consagración como prócer histórica. Pero no olvidemos que todo era en aras de López Obrador, de generar un ambiente de adulación al caudillo (tan incongruente, por cierto, con el republicanismo profesado). Y fue en ese rol, como agente irreflexiva de la demagogia, que exhibió su enorme irresponsabilidad.

Su semblante incisivo está no obstante ahí, vivo. La reciente diatriba al dinosaurio octogenario Manuel Bartlett –“había mejores opciones para dirigir la Comisión Federal de Electricidad”, dijo ella– es lo más valiente que se ha dicho al interior de una organización monárquica donde la complacencia voluntaria a las decisiones del rey parecen ser requisito de entrada y permanencia. Algunos analistas ven por ello difícil que una personalidad como la suya aguante mucho. Y ciertamente no es improbable, a juzgar por su carácter audaz y aguerrido, que sea ella la voz de la autocrítica en un inicio, y quizá de alguna escisión después. Ésa es la Tatiana que a todos nos conviene: la que al menos yo quisiera ver. Protagonista por sus propias convicciones, no actriz secundaria por encomienda. Es lo que, como a Anjelica Huston, la distingue del padre.

 

*Para una mirada detenida a Anjelica Huston: Crimes & Misdemeanors de Woody Allen, The Grifters de Stephen Frears y Prizzi’s Honor de John Huston (su padre) con la que ganó el Oscar a la mejor actriz de reparto en 1985.

 

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