26.06.15

Comunicación y sociedad civil

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La revolución digital presenta oportunidades –pero también desafíos– para el desarrollo de la sociedad civil.

Ahora que la sociedad civil mexicana (y pongo en un lugar especial a los think-tanks: centros de estudios como IMCO, CIDAC, y el propio CEEY) es un verdadero agente de construcción política –manifiesto, entre otras cosas, en la exitosa aprobación de reformas estructurales y el Sistema Nacional Anticorrupción durante este sexenio–, uno de los grandes retos que enfrenta esta amalgama de actores es saber comunicar con efectividad, particularmente en los albores de la revolución digital.

No es un desafío exclusivo de la sociedad civil mexicana. En el Segundo Encuentro de Think-tanks de Norteamérica, recientemente celebrado en la Brookings Institution, con sede en Washington, una de las discusiones medulares giró en torno a las estrategias de comunicación apropiadas para los think-tanks. El dilema descansa en la clásica pregunta, ¿de qué sirve una idea si no se comunica bien? La divulgación desatinada no sólo puede sofocar ideas, también puede tener efectos adversos: desinformación, desprestigio, pérdida de tiempo, etcétera. A partir de ahí se bifurcan preguntas relativas a la naturaleza de los think-tanks: ¿Cuáles son sus audiencias? ¿Cómo persuadirlas? ¿Cómo lograr que una idea tenga resonancia?

Los think-tanks no sólo se han propuesto mejorar el statu-quo, sino incluir a la ciudadanía en el debate y, sobre todo, suscitar la participación.

En esta lógica, uno de los problemas centrales es cómo traducir realidades complejas a mensajes relativamente simples. En ocasiones los think-tanks se inmiscuyen en pantanos sombríos, llenos de tecnicismos, fórmulas, jergas, ecuaciones y leyes que, de no pulirse, pueden nublar el entendimiento de su público. A propósito, como reportó el año pasado el semanario británico The Economist, cada vez más think-tanks incorporan periodistas y comunicadores a sus filas. La idea es que sus diversos productos –estudios, investigaciones, propuestas de política pública, iniciativas de ley, libros, críticas, artículos– formen parte de la discusión pública; es decir, que no se queden en un minúsculo y exclusivo club de iniciados, sino que lleguen a una población cada vez más ávida de información. En este sentido, los think-tanks no sólo se han propuesto mejorar el statu-quo, sino incluir a la ciudadanía en el debate y, sobre todo, suscitar la participación.

Hago referencia a la ‘revolución digital’ porque no hay otra coyuntura que presente más oportunidades –pero también desafíos– para el desarrollo de la sociedad civil. El nuevo panorama mediático supone innumerables paradojas que exigen versatilidad, creatividad y en ocasiones autodidáctica. La gama de herramientas nuevas –redes sociales, conectividad móvil, debates a distancia, transmisión en vivo– no sólo ha modificado las formas de difusión, sino los contenidos mismos. Si bien los nuevos formatos han introducido fenómenos como la simultaneidad de interacciones, la información instantánea, la masificación, y la contribución productiva de las audiencias, también han acortado la profundidad de las ideas, disminuido la capacidad de retención del público y abierto las puertas a la manipulación.

Dentro de estos detrimentos, dos son particularmente importantes: 1. Con un flujo tan ubicuo de información, en el que ya pocas ideas permanecen suficiente tiempo en la agenda, ¿cómo asegurar que una propuesta no muera en el olvido, o que sucumba a otra de menor calidad pero más escandalosa?; y 2. En un entorno en el que las audiencias ya no son pasivas, sino activas, donde el flujo de información ya no es vertical, sino horizontal, y donde todo mundo opina, se expresa y presiona, ¿cómo depurar el inmenso flujo de información que la opinión pública produce? ¿Cómo integrarlo a la generación de ideas? ¿Cómo traducirlo en propuestas de política pública?

Estas preguntas sugieren que el destino de los think-tanks dependerá, entre otras cosas, de su habilidad comunicativa. La comunicación política ya no es una interacción bilateral entre gobiernos y grandes sectores sociales organizados; hay un tercer jugador: la multitud no-organizada, que cada vez exige más, opina más, participa más, es más educada y más inteligente. Por eso los think-tanks, en un impulso esencialmente democrático, deben abrazar –si no es que inducir– un debate abierto, en las calles, en las aulas, en los nuevos medios… no sea que desperdicien tan valiosa oportunidad.