05.10.18

Apología de la opinión

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Vindicación del periodismo de opinión.

El nuevo régimen y sus voceros –enemigos inmemoriales de la prensa– atacan hoy al periodismo específicamente de opinión. Difunden tres falacias concretas: primero, que es una oligarquía ajena e insensible al pueblo. Segundo, que si reacciona –aunque sea a un disparate– es porque éste ha tocado intereses. Y finalmente, que es un tipo de periodismo light ; que los verdaderos héroes del periodismo están en la Sierra de Guerrero arriesgando su vida. Todas, aunque ampliamente desmentidas, son idóneas para invalidar la veracidad y legitimidad de la prensa de opinión, y, en la lógica demagógica de la posverdad, enfrentarla a la voluntad popular para poder crear realidades alternas.

Urge por ello una apología del periodismo de opinión: recordar su valor en democracia. En otra ocasión ofreceré una crítica, pues ciertamente es necesaria. Pero ahora es precisa su vindicación.

A mí me gusta la tesis de Leon Wieseltier, el liberal estadounidense. La importancia de la prensa de opinión reside en la definición misma de democracia: el sistema de la opinión multitudinaria. La democracia es en el fondo una opinión. Y su derecho básico –el voto– también. Así, la suma de opiniones de una sociedad determinará en buena medida el destino de su democracia. El periodismo de opinión debe ser, por tanto, una forma de liderazgo intelectual para esas opiniones individuales; no uno moral sino intelectual; no a través de consejos y aforismos sino de crítica y debate. Anclado en la tradición de Voltaire y Thomas Paine y los panfletos del siglo XVIII, su cometido es decir la verdad, suscitar la reflexión y delimitar al poder. ¿Para qué? Liberar al hombre. Por eso, los regímenes autoritarios le temen tanto, y siempre han intentado limitarlo.

El nuevo régimen y sus voceros atacan hoy al periodismo de opinión.

En esa lógica se podría decir, por ejemplo, que la prensa de opinión enfrenta un serio reto cuando la mayoría de una sociedad opina que un demagogo es la mejor opción. La demagogia, como cualquier trastorno político, diría Wieseltier, es síntoma de la falta de liderazgo intelectual en la prensa. “Cuanto mejor sea nuestro liderazgo de opinión”, dijo a Charlie Rose en una entrevista en 2015, “mejor será nuestra democracia”. Por eso, contrario a lo que se cree, el periodismo de opinión es a menudo el más difícil de ejercer, porque requiere –si a lo que aspira es a defender las libertades democráticas, claro– virtudes y aptitudes liberales muy específicas: mordacidad, tolerancia, deliberación, veracidad, humor y, sobre todo, un profundo sentido de libertad… personal y colectiva.

La coyuntura ofrece un nuevo desafío. Las realidades alternas que los demagogos de la posverdad construyen con ayuda de mañosos neosofistas –en México conocidos como “maromeros”, por sus maromas argumentativas–, requieren intérpretes y traductores que las expongan y expliquen. Ahí es donde el periodista de opinión supera al de información o incluso al de investigación, pues, aunque también se basa en los hechos, va más allá de ellos: los descifra. No los reinventa a su conveniencia –como hacen esos voceros de la demagogia– sino los aclara y dilucida. El periodista de opinión es, pues, un traductor de realidades deliberadamente confusas: un intérprete de la mentira. Adquiere hoy inusitada relevancia. No es fortuito que el régimen entrante busque deslegitimarlo, particularmente en un momento en el que es su principal crítico.

 

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