13.12.13

Winston Churchill y la Revolución Mexicana

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Este noviembre, la Revolución Mexicana y Winston Churchill cumplen 103 y 137 años de nacimiento respectivamente.

Hace poco leía la edición de octubre de Letras Libres –número dedicado a Jorge Ibargüengoitia, un gran crítico de la Revolución–, seguido de un artículo sobre Winston Churchill escrito en 1949 por Isaiah Berlin en The Atlantic Monthly, y se me ocurrió que más allá de aniversarios, existe una relación insospechada entre Churchill y la Revolución Mexicana.

Se podría decir que la Revolución Mexicana le quitó a México algo que Churchill, años después, encarnó esplendorosamente: la anhelada relación entre la élite política y la alta cultura.

Como dijo Oswald Spengler en Los Años Decisivos: “una cultura elevada está indisolublemente unida al lujo y a la riqueza. El lujo, ese moverse de forma natural entre los productos culturales que pertenecen espiritualmente a la personalidad, constituye la precondición que necesitan todas las épocas creadoras; y la riqueza que forma, entre otras cosas, la condición previa necesaria para la educación de generaciones enteras de dirigentes, pues brinda un ambiente altamente culto sin el cual no hay vida económica sana ni un desarrollo de los talentos políticos.”

Los talentos políticos se desarrollan idealmente en un ambiente de alta cultura.

Lo que está diciendo Spengler, en pocas palabras, es que los talentos políticos se desarrollan idealmente en un ambiente de alta cultura y son transmitidos y perpetuados por una élite sensible que, para ponerlo en términos casi tecnocráticos, sabe gobernar. No estoy sugiriendo el regreso a la aristocracia, espero no se malentienda; lo que estoy diciendo es que a Churchill lo educaron para gobernar de manera natural, íntima, espiritual, y son esos hombres educados para gobernar, desde la élite cultural, los que en las sociedades modernas edifican al Estado y llevan a sus pueblos a la gloria. Por eso en Inglaterra, a pesar de toda la ridiculización, burla y tabloides a los que son sujetos los gobernantes, en el fondo el pueblo siempre tiene una gran fe en sus élites –porque saben gobernar: fueron educadas para ello.

Ahora bien, esto no quiere decir que, como Churchill, los dirigentes deban nacer en la élite económica. Margaret Thatcher era hija de un tendero, Bill Clinton nació huérfano en una familia pobre y el padre de Obama era un inmigrante africano de clase media baja. No. Más bien, quiere decir que los futuros dirigentes, independientemente de su cuna biológica, tengan acceso a un conjunto de instituciones nobles –universidades, partidos políticos, asociaciones civiles, clubes sociales y tradiciones culturales– donde practiquen las virtudes del buen gobierno antes de ser dirigentes.

Bueno, gracias a la Revolución, en México ocurre exactamente al revés: es el Estado el que crea a la élite. La clase política se construye desde el Estado. No hay una educación previa para ser hombre de Estado sino que, una vez ocupado un cargo público, se es élite por añadidura. Así, en México no se llega a gobernar gracias a virtudes nobles, sino que las virtudes, ya en la praxis vacías, se presumen gracias a estar gobernando.

En su novela histórica, La Región más Transparente, Carlos Fuentes relata cómo los últimos vestigios de la élite educada y liberal desaparecen con la Revolución. Y es que la Revolución Mexicana no la ganaron las élites, como la Revolución Americana, sino hombres que no se movían naturalmente en ese ambiente de esplendor y alta cultura que describió Spengler.

A partir de entonces, el régimen heredero coloca, instala, asigna –ya sea como mecanismo de cooptación, por expansión del aparato estatal o por sueños de justicia social– a hombres ajenos a la alta cultura: gobernadores, alcaldes, legisladores, líderes sindicales e incluso presidentes, que no habían cultivado desde niños, como Churchill, el arte del buen gobierno.

La práctica continúa. Por eso en México no hay Churchills o Roosevelts, sino Elba Esthers y Graniers. Necesitamos élites políticas que se formen desde la alta cultura, no desde el Estado; de lo contrario, seguirá habiendo ladrones que trepen a la política para hacerse de Ferraris y departamentos en Miami.

*Este artículo se publicóel 11 de noviembre del 2013 en ADNPolitico: Liga