29.05.15

Una segunda oportunidad

Compartir:
Tamaño de texto

El dilema del gobierno es qué hacer con las ruinas comunitarias. ¿Cómo llenar el vacío que dejó la guerra?

En la lucha contra el crimen organizado, la Secretaría de Gobernación ha enfrentado dilemas de difícil solución. La desarticulación efectiva de los grandes cárteles del narcotráfico ha dejado panoramas en ocasiones desoladores: comunidades con desaparecidos y muertos, vacíos económicos y políticos y, sobre todo, cientos de desempleados –en su mayoría jóvenes– que se vuelcan contra la población civil en su afán de supervivencia.
No hay mejor ejemplo que Apatzingán, donde el Gobierno Federal logró desbaratar la estructura económica de Los Caballeros Templarios de manera tan contundente, que cientos de dependientes, ahora sin dirección homogénea, recurren a la delincuencia común. Se sustituyó una estructura criminal piramidal con ínfulas de Estado, por un rizoma esquizofrénico con miles de centinelas sin lógica predecible, encima menos inteligentes y más violentos. Según relatos, en las calles de Apatzingán hay lo que no había antes: asaltos a mano armada, robo de autopartes, secuestro exprés, y toda la plétora de crímenes espontáneos con sello de decadencia urbana.

Algunos lugares simplemente ya no aguantan más violencia.

Ahora que ya prácticamente no quedan grandes cárteles en la república –salvo quizá el Jalisco Nueva Generación, que según analistas probablemente desaparecerá pronto– el dilema del gobierno es qué hacer con las ruinas comunitarias. ¿Cómo llenar el vacío que dejó la guerra? ¿Qué hacer con las viudas, madres solteras, jóvenes desempleados, ex colaboradores… y sobre todo, con los petty criminals?
Un camino es extender la coerción policiaca a nivel local: ir en contra de los pequeños criminales. Suena fácil, incluso obligado, pero no lo es. Puesto que ese trabajo no lo puede hacer ni el Ejército ni la policía federal, implica un largo y tortuoso proceso de profesionalización de las policías locales. Si acaso es posible, las consecuencias de enfrentar a pequeños pero temerarios criminales con policías y procuradores de justicia poco capacitados, son impredecibles. Se trata del cuento de nunca acabar. Si bien combatir a las grandes organizaciones criminales que desafiaban al Estado era impostergable, afrontar de la misma manera a sus ramificaciones puede volverse eterno y contraproducente. Y no olvidemos que algunos lugares quizá ya no aguantan más violencia.
El otro camino es dar el beneficio de la duda: una segunda oportunidad. Tratar de reintegrarlos a un ciclo productivo. Recomponer, digamos, el tejido social. En este sentido, la Subsecretaría de Prevención Social y Participación Ciudadana ha puesto en marcha un valioso experimento. A partir de diagnósticos a confirmarse con la nueva Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia (ECOPRED 2014) –que por primera vez mide los factores de riesgo que propician la delincuencia–, orquesta una campaña holística de ‘reactivación económica e inclusión social’ con diversos programas: desde talleres de música y danza, hasta centros deportivos, cooperativas empresariales, clases de cocina, tratamiento y prevención de adicciones, e instrucción académica.
Justamente en Michoacán, por ejemplo, instaló una planta ‘deshidratadora’ de frutas llamada Viva-Frut. Es una cooperativa de puras mujeres que incluye madres solteras, viudas y jóvenes que estuvieron vinculadas con la violencia de la guerra. Se financió con presupuesto federal, pero tras varios meses de capacitación y adiestramiento, el rendimiento es responsabilidad de la cooperativa. Ellas producen, deshidratan, empacan y comercian la fruta… la utilidad es suya. Así, en la misma lógica, están en planes empacadoras de tomate, grupos musicales y equipos deportivos.
Por supuesto aún es difícil medir el impacto de esta nueva estrategia. Pueden pasar generaciones enteras antes de que sane el tejido social y cicatricen las heridas. Además, hay que vigilar los proselitismos políticos y los clientelismos electorales, que frecuentemente se sirven de estas “cruzadas” para obtener su base social. Sin embargo, da gusto –repito, no sin escrutinio– que el Gobierno Federal tenga matices humanistas. Hace diez años, en los albores de esta guerra, varios vaticinaron que tarde o temprano ese rostro se necesitaría. La pregunta es por qué no se usó antes de la guerra… quizá nos hubiéramos ahorrado mucha sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas.
*Este artículo se publicó el 27 de mayo del 2015 en Animal Político: Liga