25.06.21

Teoría Crítica del Infortunio

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Algunos desigualdólogos buscan racializar a la sociedad mexicana.

Los propagandistas y académicos del obradorismo han aprovechado el término “whitexican” –un neologismo genial que caricaturiza a una minoría frívola, rica, insensible, aislada, hermética y displicente– para repartir culpas ancestrales y regatear méritos.

No es casualidad que el neologismo sea en inglés, pues es clave aludir al “blanco” como raza, aunque México sea un país mestizo. Bienvenido el término para reírse de lo risible, de esa serie de códigos transmitidos de generación en generación entre una cofradía impermeable. Siempre es bienvenida la denuncia con humor (aunque la burla en sentido opuesto sea un anatema para nuestros moralinos).

El problema no es el término, ni las encomiables parodias que suscita. El problema es el sentido que buscan asignarle los publicistas del desagravio: eres un cómplice y partícipe del infortunio histórico y actual del Pueblo. Si la posición social es un juego de suma cero –como alegan los desigualdólogos del obradorismo–, entonces tu existencia ocupa un lugar inmerecido. De igual manera son regateables tus méritos y logros, tu propia trayectoria. No existe la biografía; cualquier ganancia, cualquier consecución de lo que intentas, se debe a una ayudadita “racial”. Ni desde luego existe tampoco mediocridad o maldad en el oprimido.

Es una teoría sórdida cuyo peligro es que siempre va acompañada de activismo y movilización política. No es fortuito que los grandes promotores de este ajusticiamiento sean obradoristas. Tenemos suerte de que el pobre Licenciado, sus seguidores y su régimen sean tan incompetentes que estos dislates queden sólo –al menos por el momento– en berrinches contra la clase media en Twitter y en su freak-show mañanero. En otras sociedades, este tipo de resentimientos se ha traducido en indemnizaciones identitarias y arreglos de ingeniería social. ¿Qué le parecería a usted una sociedad donde empecemos a exigir cuotas por color de piel?

Es una teoría sórdida cuyo peligro es que siempre va acompañada de activismo y movilización política.

¿Exactamente quién y cómo decide cuán “blanco” es uno u otro mexicano? En un país mestizo, la encomienda es ridícula. ¿Es a ojo de buen cubero? ¿Es con una paleta de colores que se asignan las culpas? ¿Empezarán por los ricos y por los enemigos políticos? ¿O vamos a tener que irnos a los abuelos y bisabuelos a ver cuánta sangre pura tenemos? 

Buena parte del movimiento del neorracismo viene de la industria académica estadounidense. Los términos que usan los académicos aquí –como “privilegio blanco”, “neocolonial”, “opresor” y “fragilidad blanca”– son exactamente los mismos que se usan allá, extraídos de la “teoría crítica de la raza”, un residuo postmarxista profundamente antiliberal y premoderno que ve a las personas como avatares de una construcción social racista, donde la virtud no yace en las acciones individuales –el contenido del carácter, como soñaba Martin Luther King– sino en el grupo al que perteneces: si eres de color eres bueno y si eres blanco eres malvado. Toda esa propaganda está siendo importada por los ideólogos del obradorismo y vertida en nuestras universidades y medios de comunicación para hacer pensar que México es una colonia del hombre blanco que tiene sometido a los morenos. Sirve a la causa, ¿a poco no?

Es evidente que algunos desigualdólogos mexicanos quieren crear un problema ajeno al real. Eso se llama “problematizar”. Importan categorías de raza desde Estados Unidos –donde muchos estudiaron, becados por el neoliberalismo–, las aplican a los mexicanos, generan falsas divisiones tribales y anulan al individuo.

Nadie niega la discriminación en México. Lo que está en duda es que la “raza” sea la estructura fundamental de la sociedad mexicana, que sea el principal predictor de éxito o fracaso, que sea una fatalidad, que merezca un arreglo de ingeniería social, o que deba haber indemnizaciones. No se necesita demasiada atención para advertir que este intento de racializar a la sociedad mexicana es con el objeto de azuzar el resentimiento, las culpas, las envidias, los cargos de conciencia. Es un discurso peligroso. Es la semilla del fascismo. O, en el mejor de los casos, de la demagogia obradorista, que termina siendo bastante nociva y destructiva también. Como podemos atestiguar.  

*Este artículo se publicó el 25 de junio del 2021 en Etcétera: Liga