13.02.14

Tecnología y desempleo

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El empleo industrial como lo conocemos –un fenómeno relativamente moderno– quizá desaparezca, pero es exagerado pensar que el hombre no hallará nuevas formas de producción, trabajo, creatividad, riqueza y sustento como lo ha hecho en toda su historia.

 El recurrente miedo a la tecnología –sobre todo a su capacidad de eliminar empleos y ocupaciones– se manifiesta nuevamente hoy en medio de la revolución digital. Pero a juzgar por la historia humana, es probable que esa habitual inquietud sea tan inherente al hombre como el propio impulso tecnológico.

Esta semana leí dos artículos de opinión que, en respuesta a la actual situación laboral, expresan cierta desesperanza (ambos, por cierto, publicados en dos de las revistas más viejas de EU –Harper’s y The Atlantic– cuyo origen es, irónicamente, la revolución industrial estadounidense).

Estas advertencias apocalípticas son antiguas y recurrentes.

El primero, ¿Qué trabajos nos quitarán los robots? de Derek Thompson en The Atlantic, está basado en un estudio de Carl Benedikt y Michael Osborne de la Universidad de Oxford que vaticina que, en 10 o 20 años, casi la mitad de los empleos en Estados Unidos estarán en manos de robots.

Benedikt y Osborne predicen (cito a Thompson) que “la siguiente ola de progreso robótico terminará de desplazar al empleo humano en las mismas áreas donde ya lo hace, principalmente: manufactura, apoyo administrativo, ventas al menudeo y transporte.”

La mayoría de los trabajos de fábrica y oficina, apuntan estos académicos, probablemente se eliminen en las próximas décadas. Estamos hablando del clásico empleado medianamente calificado, de salario medio y rutina pesada, “especialmente en manufactura y administración.”

Los sectores más vulnerables a los robots según el estudio son: ventas y comercio, apoyo administrativo y de oficina, servicios, producción, transporte y algunos trabajos gerenciales. Otros menos vulnerables hoy pero que eventualmente estarán en riesgo son: artes y entretenimiento, educación, trabajo comunitario, negocios, finanzas, salud, e ingenierías y ciencias.

El segundo artículo, La revolución digital que no fue de Jeff Madrick en Harper’s, advierte aventuradamente que, aunque todas las revoluciones tecnológicas de la historia hayan eliminado empleos sólo momentáneamente, en esta ocasión no será así. En esta revolución, asegura Madrick, la eliminación de empleos será definitiva.

¿La razón? Que las revoluciones tecnológicas anteriores –principalmente la primera y segunda revoluciones industriales– no sólo no tardaron tanto en volver a generar empleos, sino que por naturaleza requerían más mano de obra. “En 1955” por ejemplo, “General Motors empleaba a casi 600 mil personas. Hoy, en una economía mucho más grande, Google apenas emplea a 50 mil, e-bay a 20 mil y Facebook tan sólo a 6 mil. Apple, Microsoft y Amazon juntas difícilmente llegan a 100 mil empleados a nivel global, nada que ver con los años gloriosos de Ford y General Electric.”

Y es que, según Madrick, los empleos que la revolución digital requiere son mínimos. “El desarrollo del iPod,” por ejemplo, “a penas generó 14 mil empleos en EU.”

Sin embargo, un contra-argumento es que el desempleo no es atribuible a la revolución digital, sino a la crisis financiera global del 2009. Pero dice Madrick, basándose en un reporte de McKinsey & Co., que la evaporación de empleos comenzó alrededor del cambio de siglo, o sea, nueve años antes de la crisis. Desde entonces, según esa consultora, se han perdido casi 5 millones de empleos.

Estas y otras inconsistencias han llevado a varios economistas, como Robert Gordon de la Universidad Northwestern, a pensar que “la reciente ola tecnológica simplemente no es comparable a las anteriores en términos de potencial productivo”. De manera que, “el gran progreso de los últimos 250 años bien podría ser un episodio irrepetible en la historia humana.”

De ser así, efectivamente estaríamos en graves problemas. La transformación de una economía industrial en una de servicios, aunada a la llegada de los robots, dejarían a millones de seres humanos en la miseria.

Pero no os preocupéis. Como dije antes, estas advertencias apocalípticas son antiguas y recurrentes. Gracias a Platón, por ejemplo, sabemos que Sócrates desconfiaba de la escritura. Esa tecnología, advertía el filósofo, destruiría la tradición oral griega y la gente olvidaría las canciones y poemas épicos –como La Ilíada de Homero– tan importantes para el helenismo. El cambio sería devastador. Pero afortunadamente nadie le hizo caso a Sócrates. Imagínese usted qué sería de nosotros sin la escritura.

Lo mismo pasó con la imprenta de Gutenberg, la máquina de vapor de Watt, el telégrafo de Morse y la línea de ensamblaje de Ford. Lo mismo con el periódico, el radio, la televisión y el Internet. Los conservadores del momento se resistieron bajo el supuesto de que estas invenciones despojarían al hombre. Pero eso jamás sucedió. El hombre, en conjunto, no sólo adoptó estas tecnologías sino que se adaptó a ellas.

Por supuesto que, como dijo el comunicólogo Neil Postman, la tecnología implica un intercambio faustiano: nos da pero nos quita. El empleo industrial como lo conocemos –un fenómeno relativamente moderno– quizá desaparezca, pero es exagerado pensar que el hombre no hallará nuevas formas de producción, trabajo, creatividad, riqueza y sustento como lo ha hecho en toda su historia.

*Este artículo se publicó en Forbes el 13 de febrero del 2014: Liga