09.03.17

Resistencia burocrática

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La burocracia estadounidense vive acaso la mayor disyuntiva en su historia.

El mal, dijo Hannah Arendt, prescinde del rostro diabólico. Prefiere servirse de hombres ordinarios que con auténtico ánimo cívico siguen las normas, hombres incapaces de discernir. Ninguna figura es más susceptible de esto que el burócrata, pues vive inmerso en un sistema de premios y castigos en el que obedecer es bueno y resistirse malo. De ahí salió Adolf Eichmann, un hombre mediocre, condenado al anhelo de la escalera, para el cual no había mayor virtud que la obediencia traducida en eficacia: cumplir las ordenes de arriba, aunque implicaran mandar a miles de personas a campos de exterminio.

Esta disyuntiva no es siempre de la misma gravedad, pero está presente en todas las burocracias. El burócrata mexicano, por ejemplo, regularmente se enfrenta al dilema de corromperse y recibir una recompensa, o resistirse y recibir un castigo (o guardar silencio, que podría considerarse complicidad). La coerción es tanto más ineludible cuanto más autoritario sea el sistema. Disentir en la burocracia cubana, china o soviética suponía riesgo de cárcel o muerte, por decir lo menos. De modo que la gran mayoría de burócratas –no todos, pues hay hombres siempre inquebrantables, so pena de castigo– se inclinan hacia la obediencia. Y ésta no es mala si lo que se ordena es bueno, pero entonces es un arma de doble filo.

Lo que verdaderamente determinará el juego es la solidez de la moral pública estadounidense.

La burocracia estadounidense vive acaso la mayor disyuntiva de este tipo en su historia. Agencias gubernamentales, secretarías y dependencias –en migración, justicia, fuerzas armadas, inteligencia, seguridad, economía y educación– se debaten día a día entre seguir los decretos de Trump, o resistirlos (unos por ridículos, otros por inhumanos). La discordancia –ya habitual– entre la Casa Blanca y las secretarías, o entre el Ejecutivo y las agencias, es una señal inequívoca. De un lado –guardando toda proporción– están los Eichmanns: burócratas irreflexivos y ambiciosos, adeptos incluso del tirano. Del otro, los disidentes: hombres íntegros que, o han renunciado, o se rehúsan a cumplir. Según reportes de Slate y del Washington Post, los Eichmanns predominan en asuntos fronterizos y de migración –cuyas tropelías ya hemos, en efecto, visto–; y los disidentes en asuntos de inteligencia, diplomacia y seguridad nacional.

En diplomacia e inteligencia, por ejemplo, hay una resistencia considerable. No sólo hubo renuncias de alto nivel en el Departamento de Estado (Kennedy, Barr, Bond, Smith) y la CIA (Price) sino que sectores enteros de ambas comunidades expresaron la voluntad de operar sin ataduras, y al parecer han continuado operaciones sin la venia o incluso el conocimiento de Trump, además de que se han negado a cometer actos contrarios a la constitución y los derechos humanos. Sin embargo, del otro lado, hay suficientes testimonios de agentes de migración violentos que dividen familias enteras, maltratan a mujeres y niños y diseminan el miedo; centinelas obedientes y efectivos incapaces de discernir.

La tensión exhibe dos realidades esperanzadoras: 1. Que parte del propio gobierno es plenamente consciente del peligro que Trump representa; y 2. Que la resistencia burocrática aún es posible sin más castigo que perder el puesto. Malo sería si toda la burocracia cooperara, o si el castigo llegara al grado de disuadir (a priori) al disidente. Ahí, entonces, podríamos hablar de un fascismo instalado. En este sentido, la resistencia burocrática sigue siendo un arma efectiva para controlar a Trump. Sin embargo, los avances de la otra parte, de la burocracia cómplice –deportaciones violentas, división de familias, violación a los derechos humanos, intimidación– provocan la inevitable pregunta de quién ganará.

La escuela sistémica, por llamarla así, diría que depende de la solidez de las instituciones. Que son las reglas, más allá de las personas provisionales, las que determinarán el juego. No obstante, las instituciones per se no son contención suficiente, porque al final están hechas de hombres –de burócratas, pues–, quienes tarde o temprano se enfrentarán a la citada disyuntiva: si cooperar o no. De hecho, la rigidez de las instituciones –con la cadena de mando, por ejemplo– puede favorecer a Trump en un momento dado. Lo que verdaderamente determinará el juego, entonces, es la solidez de la moral pública estadounidense, o sea, de la integridad de su sociedad; si Trump es exitoso será, entre otras cosas, porque hay más Eichmanns de los sospechados. Si no, es porque la burocracia –aunada a los críticos naturales, como la intelligentsia, los medios y la sociedad civil– resistió: fortuna que muchas sociedades, como la Alemania nazi, no han tenido.

*Este artículo se publicó el 9 de marzo del 2017 en Animal Político: Liga