17.08.16

No es sólo el gobierno

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El dilema no es tanto si el gobierno puede jugar o no un rol activo en el fomento al deporte –quizá pueda y eso está muy bien– sino si una sociedad puede prescindir de él.

Para Alexa Moreno

Estados Unidos es el país con más medallas olímpicas en la historia: 2681, contando juegos de verano e invierno. Domina casi todas las disciplinas, y tres de sus atletas –Michael Phelps, Mark Spitz y Carl Lewis– están en la lista de los cinco más ganadores. Lo significativo es que, contrario a la creencia común, el gobierno de Estados Unidos no financia directamente a sus atletas olímpicos. Su Comité Olímpico no recibe presupuesto federal y no da recursos a los deportistas, sólo los organiza administrativamente (1). No construye infraestructura, ni sufraga equipos, ni asume salarios. A los atletas en Estados Unidos los financian primordialmente patrocinadores, empresarios, universidades, fundaciones, clubes y la propia familia. El gobierno se mete lo menos posible.

El deporte en México es una desgracia, como hemos atestiguado… siempre. Con 23 preseas de oro, Michael Phelps tiene (al momento de escribir este artículo) diez más que México en toda su historia… todos los deportes y todos los deportistas juntos. En los juegos olímpicos actuales, estamos en último lugar junto con 37 países de 91. Bueno, una tragedia.

Sumidos en la pasividad, esperamos la mano generosa de las autoridades, pero no nos damos cuenta que ellas sólo son manifestaciones de nosotros mismos.

Como hemos visto la última semana, buena parte de los mexicanos atribuye este fracaso al gobierno, el eterno culpable de (todos) nuestros males. Que si no brinda el apoyo suficiente, que si la Conade es corrupta –un nido para funcionarios chapulines e inexpertos, amigos del Presidente–, que si no se canalizan los recursos debidamente, etc. Y todo eso es verdad, no defiendo al gobierno, pero, como demuestra el caso de Estados Unidos, no queda claro que la participación de un gobierno sea la clave del éxito deportivo, o, puesto al revés, que su ausencia la causa del fracaso.

Tiene razón un colega. Habría que medir el medallero per cápita. Sólo así sabríamos si el modelo estadounidense es mejor que el del Estado benefactor. Y efectivamente, en esa lista hay países cuyos gobiernos financian todo, que tienen más medallas per cápita que Estados Unidos: Dinamarca, Suecia, Holanda, Bélgica, etc. El problema es que también hay países cuyos gobiernos financian todo que están debajo de Estados Unidos: notablemente Japón, España, China, y hasta antes de ayer, Alemania y Canadá. La lista cambia constantemente durante el actual certamen. La he seguido de cerca y a veces Estados Unidos está arriba, a veces debajo de los grandes campeones cuyos gobiernos son benefactores totales. De manera que, otra vez y en definitiva, no es claro que el gobierno sea el factor decisivo: debe ser algo más. Y dados los casos alemán, canadiense y japonés, ni siquiera se podría argüir que lo determinante es la calidad de los gobiernos más que su mera injerencia, pues como sabemos esos países tienen gobiernos de primera.

Es cierto que la premisa tiene sus letritas. Estados Unidos tiene miles de escuelas públicas –desde primaria hasta la universidad– con instalaciones deportivas del más alto nivel, los planes de estudio exigen deportes, los apoyos privados al deporte son a menudo deducibles de impuestos, sobran los espacios públicos para practicar el deporte, etc., y todas ésas son formas, al menos indirectas, de fomentar el deporte desde el gobierno: políticas públicas al fin. Pero lo que ciertamente no existe, como quisiéramos en México y de cuya ausencia siempre nos quejamos, es un gobierno central omnipresente que lleve a los deportistas de la mano hasta el podio, como lo retrata (erróneamente) la narrativa de la Guerra Fría.

En todos los países exitosos, pero sobre todo en Estados Unidos, parecen jugar otros actores y factores: la cultura competitiva, las familias, la comunidad, la sociedad civil, los empresarios… la sociedad en conjunto, pues. Por eso, el dilema no es tanto si el gobierno puede jugar o no un rol activo en el fomento al deporte –quizá pueda y eso está muy bien– sino si una sociedad puede prescindir de él, o al menos dejar de usar la cuestión como excusa… empezar a construir desde otro lado. En todo caso, hay buenas razones para hacerlo. Como sabemos, los gobiernos generalmente son malos administradores, las burocracias son costosas e ineficientes, sus decisiones discrecionales y subrepticias, los apoyos condicionales. Y más en México, cuyo gobierno no es ni alemán ni canadiense ni japonés; razón para prescindir aún más de él. No entiendo por qué querríamos que el gobierno mexicano, más allá de proveer un piso mínimo –sobre todo a través de políticas públicas (cosa que ciertamente no hace)–, fomentara el deporte. No se me ocurre peor idea.

Pero entonces quién, se preguntaría uno. Bueno, pues todo lo que no es gobierno, precisamente: iniciativa privada, sociedad civil, clubes, familias, fundaciones, medios de comunicación, etcétera –otra vez: la sociedad en conjunto, valga el pleonasmo. ¿Es mucho pedirle a un país “como México”? ¿Es una prescripción poco realista? Quizá, pero entonces también lo son 23 medallas de oro. El gran fracaso de las actuales olimpiadas, del deporte en México en general, es un claro reflejo de nuestra exigua solidaridad. Eso es lo que está de fondo, no sólo la ineptitud del gobierno (que no niego). Sumidos en la pasividad, esperamos la mano generosa de las autoridades, pero no nos damos cuenta que ellas sólo son manifestaciones de nosotros mismos. Por eso los atletas mexicanos que llegaron merecen todo nuestro reconocimiento: su mérito es proporcional a nuestra displicencia. Especialmente Alexa Moreno, que cumple el aforismo bíblico de ser profeta en otras tierras.

*Este artículo se publicó el 17 de agosto del 2016 en CNN: Liga