18.09.13

Los estudiantes y las reformas

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Nunca me atreví a ser radical de joven

Por miedo a volverme conservador de viejo.

– Robert Frost.

En el ambiente reformista que envuelve al país, es lamentable que parte de la juventud educada se encuentre inmiscuida –no sé si por culpa de líderes viejos o por indolencia propia– en anticuadas y obsoletas posturas ideológicas que el mundo moderno ya superó hace mucho.

Si uno va a la UNAM, por ejemplo, son inevitables los carteles, panfletos, sermones y demás propaganda risible que se nutre de íconos infames como Mao, Lenin o Fidel, para oponerse a las reformas estructurales propuestas por el presidente.

Es importante que los estudiantes de México se den cuenta que esa izquierda inmóvil y atrasada ya no los representa.

Lo mismo pasa en las redes sociales, donde abunda, tristemente, un torrente de tautología irreflexiva. Difícil digerir el estrépito repetitivo de filosofías anacrónicas, políticas fallidas y nostalgias ideológicas que miles de estudiantes producen y divulgan a través de los nuevos medios.

La oposición a las reformas no es, sobra decirlo, el problema. Todo lo contrario. Grave sería la ausencia de oposición –inequívoca señal de que nuestra democracia habría sido usurpada. No. El problema es que esa oposición no se manifiesta a través de una disyuntiva inteligente, fresca, orgánica, vigente. Es penoso, me parece, que grupos de estudiantes de ciencias políticas y economía, en pleno siglo XXI, usen a Marx y Lenin para oponerse a las reformas.

Conceptos anticuados como la lucha de clases y la legitimidad de la propiedad privada no deberían siquiera figurar en el debate (no digo que esos problemas ya hayan sido resueltos; más bien, que en el mundo actual sus soluciones exigen nuevas ideas).

Parte del problema, evidentemente, es que ciertos sectores de la izquierda –cuyos valores tradicionales como la justicia y la igualdad son un atractivo natural (y justificado) para la juventud– han traicionado a los estudiantes. Buena parte de la izquierda mexicana, no toda, ha abandonado, fatídicamente, su papel de agente transformador para enrocarse en la postura más conservadora, antiliberal y retrógrada del espectro político contemporáneo.

Es importante que los estudiantes de México se den cuenta que esa izquierda inmóvil y atrasada, aunque use eslóganes aparentemente atractivos, en realidad ya no los representa. Los ha abandonado. La ridícula oposición de la izquierda golpista es evidencia de su traición histórica o, más probablemente, de que representa a aquellos grupos de poder que, en teoría, serían afectados por las reformas.

Es cierto, también, que el gobierno no ha sido el más inteligente para atraer a los jóvenes. La comunicación oficial que promueve las reformas es en ocasiones simplona y frecuentemente esquemática y poco emotiva. Por ejemplo, el uso de Lázaro Cárdenas para la energética –que inicialmente celebré como buena estrategia de comunicación– no logró su objetivo simbólico y es ahora desestimado por los jóvenes (y viejos) como una artimaña infantil.

Teniendo todos los instrumentos para lograrlo, el gobierno carece de un discurso política e históricamente emotivo que cautive a los jóvenes y los invite a la transformación. A penas comenzado el sexenio, el gobierno debió abrir canales de comunicación con los estudiantes para incluirlos en la discusión; debió, como ocurre en los países democráticos más modernos, entablar un diálogo bilateral con las universidades en aras de enriquecer las reformas. El presidente debió, aunque suene cursi, contagiar a los jóvenes de fervor reformista.

Ahora abandonados, las tentaciones ideológicas del pasado se asoman para seducir a los estudiantes hacia causas perdidas; o para encerrarlos en una impúdica cooptación política disfrazada de retórica nacionalista-revolucionaria.

Los estudiantes han servido grandes causas en la historia moderna universal, desde las luchas a favor de los derechos civiles en la posguerra, hasta los movimientos de paz en los sesentas y setentas. Sin embargo, en este importante momento histórico para México, oponerse fanáticamente a las reformas con viejas insignias es estar del lado incorrecto de la historia.

Nos pueden o no gustar las reformas de Peña Nieto, podemos estar de acuerdo o no, pero es innegable que el espíritu que las alienta es más o menos liberal y progresista. Es indiscutible también –todo el mundo civilizado concuerda– que son necesarias.

La obligación de los estudiantes, entonces, es discernir el momento histórico, resistir el engaño de los grupos conservadores erróneamente llamados de izquierda, y sumarse al espíritu reformador. Eso no quiere decir aceptar dogmáticamente las propuestas oficiales, no; quiere decir que, desde adentro, propongan lo suyo, luchen democráticamente por algo nuevo y diferente, critiquen, participen; pero no se queden afuera defendiendo ideas muertas. Eso los haría viejos.

*Este artículo se publicó en El Financiero, el 10 de septiembre del 2013: Liga