14.07.23

López Obrador y Xóchitl: de David a Goliath

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La ecuación dramática del sexenio

López Obrador siempre se ha presentado como un perseguido. No el engendro del viejo régimen que ha vivido décadas del sistema que en realidad es, sino como un proscrito. Cuando era opositor en los años de la transición, aquel arquetipo encajaba bien en la ecuación dramática porque en efecto desafiaba al poder. Era el rebelde y además usaba las tácticas incendiarias de los subversivos como quemar pozos petroleros o alegar fraudes electorales. Algunos políticos incautos, como Vicente Fox, alimentaron ese relato de persecución y le permitieron victimizarse, dándole un lugar en el corazón del establishment biempensante y las clases desfavorecidas.

Uno pensaría que la ecuación dramática se voltearía una vez que el rebelde finalmente llegara al poder: qué mejor prueba del fin de la persecución y del triunfo del héroe que ocupar la máxima silla. Pero sucedió lo contrario. Una de las herramientas discursivas de este régimen es aparentar que sigue siendo opositor. Se trata de una artimaña de cajón en el manual populista, que el intelectual conservador Yuval Levin llamó el falso rebelde (que ya he citado en otras ocasiones), y que han empleado los homólogos populistas de López Obrador alrededor del mundo:

«La ventaja que disfruta el rebelde es que no está limitado por obligaciones, y la desventaja que normalmente aduce es que no tiene poder real. Sin embargo, muchos de los falsos rebeldes de hoy en día sí tienen poder, solo pretenden que no para evitar ser limitados por la responsabilidad, incluso mientras despliegan ese poder. Esto distorsiona la percepción sobre su poder y corrompe el espacio social en el que debe ejercerse».

Una de las herramientas discursivas de este régimen es aparentar que sigue siendo opositor.

Los propagandistas del régimen alimentan esta ficción arguyendo que los verdaderos poderosos y las fuerzas del mal aún aguardan en las sombras. Pero la verdad es que López Obrador no sólo ha acumulado todo el poder personal que admite la presidencia y mucho más, sino que se ha apalancado precisamente con los poderes que supuestamente estarían en su contra: oligarcas, medios, militares, crimen organizado, la antigua clase política, petroleros, sindicalistas e incluso, por conveniencia mutua, Estados Unidos. Aun así, la simulación ha funcionado durante buena parte del sexenio.

Sin embargo, percibo que la ecuación dramática puede estar llegando a su final. Creo que se nota especialmente en la reacción palaciega a Xóchitl Gálvez (y en general al renacimiento de la oposición). La negativa de López Obrador a abrirle la puerta del Palacio para darle su derecho de réplica, las invectivas lanzadas contra ella todos los días desde la mañanera y las redes de propaganda, la virulencia identitaria de la nueva élite y las amenazas de investigaciones judiciales finalmente empiezan a quitarle el disfraz de opositor perseguido para revelar a un gobernante reaccionario en pleno ejercicio del poder. En otras palabras, comienza a perder el monopolio de la victimización que, además, Xóchitl ha asumido con inteligencia. Y, como sabemos, en el drama humano –quizá en todas las épocas, pero particularmente en esta– los perseguidos se ganan el corazón de la gente.

*Se publicó el 14 de julio del 2023 en Etcétera: Liga