02.07.14

La primera dama viéndote a los ojos

Foto: Marie Claire
Compartir:
Tamaño de texto

Las polémicas fotos de Angélica Rivera en la revista francesa Marie Claire han generado una reacción ambivalente en nuestro bipolar país; una dualidad que confiere valiosas lecciones respecto a nuestro ethos público, especialmente sobre nuestra relación con la élite política.  

Por un lado están los conservadores, herederos de la modestia, el pudor y la castidad. Puritanos implacables que acusan a la primera dama –no se podía esperar otra cosa– de vulgar y atrevida. Acusarían de eso a cualquier mujer, pero aprovechan el anonimato que les presta la agenda mediática, para lanzar su diatriba regresiva contra una figura pública, cómodo depósito de su hipocresía. La invectiva es, en todo caso, miedo a ver a la primera dama libre y expuesta, seduciendo, viéndote a los ojos. Son aquellos santurrones que, ante el menor movimiento, piden que la esposa del Sr. Presidente –poco menos que un utensilio a disposición del que está en el poder, el hombre– sea guardada, sin libertad, en un cajón. El papel de la primera dama, piensan, debe limitarse a dizque gestionar el DIF, acompañar al presidente a giras y cenas, hablar poco –especialmente sobre temas políticos–, y sostener con gracia y abnegación el trabajo más aburrido del mundo.

Por otro lado está la izquierda pseudo-intelectual, esos progres que acusan a la primera dama de farandulera y, utilizando su pasado televisivo con oportunismo, la hacen corresponsable de la tragedia educativa nacional. Para ellos, la primera dama simboliza el papel telenovelesco de la muchacha inepta que, con un poco de suerte y atributos físicos, aspiró a colocarse en la burguesía y, una vez ahí, volteó a ver con desdén al pueblo. La primera dama, para ellos, representa todo lo que está mal en este país: el poder de la televisión, las relaciones amorosas arregladas desde el poder, el plástico, el maquillaje, la distancia que las imágenes retocadas marcan entre la élite y el pueblo. Para ellos, la primera dama debería vestirse como Rigoberta Menchú. Le prohíben posar en revistas de moda, no porque atente contra la moralidad pública y el recato femenino –como en el caso de los conservadores–, sino porque su estética no apela a la del pueblo: a sus ojos es una traición. Es decir, para ellos, la primera dama tampoco es libre de hacer lo que quiera, su papel es reducirse a una conducta pobrista y, como Andrés Manuel, transportarse en tsuru. Creen que la ética pública es eso –frugalidad disfrazada. Habrá quien les crea.

¿Por qué en México no podemos tener una primera dama glamorosa?

Ambos grupos –los conservadores y demagogos– nos colocan en una discordia: entre el moralismo santurrón y el tropicalismo platanero. Yo me pregunto: ¿por qué en México no podemos tener una primera dama glamorosa? ¿Por qué la política no está dotada de glamour? Cuánto bien nos haría una Jackie Kennedy, una mujer guapa y elegante que inyecte vigor a nuestro pusilánime país. Para los países que han superado estos dos complejos –el sexual y el clasista– el glamour parece jugar un papel importante: por un lado, la reivindicación de la mujer; y por otro, cierta estatura y esplendor en el escenario internacional.

Guardando toda proporción, por supuesto que Angélica Rivera no es Jackie Kennedy (aunque, en mi opinión, sí es la primera dama más guapa en la historia de México). Y tampoco es una iconoclasta, título que exige mucho más que una efímera sesión fotográfica. No obstante, ha tenido la valentía de desafiar –con este acto de rebeldía– a dos clavos oxidados que sujetan con firmeza nuestro imaginario colectivo.

 

Tu apoyo es muy importante para mantener este sitio. Si te gustó esta lectura, puedes hacer un donativo.