28.07.15

La izquierda y su zona de confort

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17 años ininterrumpidos de gobierno en la Ciudad de México han puesto a la izquierda en una zona de confort.

Se han explorado varias causas de la crisis en la izquierda mexicana, que hoy está dividida: desde la intransigencia anti-democrática de un caudillo y la inconciliable lucha entre tribus obstinadas, hasta la ausencia de un proyecto común y el estancamiento ideológico en pleno siglo XXI. Sin embargo, se ha omitido –en los medios y la academia, pero sobre todo en la izquierda misma– una de las causas primarias y posiblemente la culpable de todas las demás: 17 años ininterrumpidos de gobierno en la Ciudad de México – lo que los psicólogos que tratan la desidia llaman zona de confort.

La izquierda se apoderó de la Ciudad de México en 1997 y, como España en América, se bañó en oro y se echó a dormir. En lugar de aprovechar su bastión en el centro y desde ahí conquistar las afueras, prefirió pájaro en mano que ciento volando –una apuesta a todas luces infructuosa. Se hizo de algunos estados aledaños en el sur: Morelos, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Chiapas y Tlaxcala… pero han sido gobiernos intermitentes, alineados además al centralismo del Distrito Federal. Los resultados de ese conservadurismo son evidentes: del 28% de votos en las elecciones intermedias de 1997, la izquierda en conjunto bajó a 23% en 2003, y a 19% en 2009. En 2015 regresó a 26.5%… sólo que esta vez dividido entre tres partidos en pugna: PRD (11), Morena (9) y MC (6.5), aunque las filas de este último ya son más un collage con algunos miembros de la derecha, de modo que su inscripción izquierdista no es muy clara. Por si faltara, el Partido del Trabajo perdió su registro.

Recordemos que la izquierda institucional es una escisión conservadora del PRI hegemónico, una continuación práctica del modelo corporativista.

En las presidenciales le ha ido un poco mejor en términos porcentuales, pero no ha sido suficiente. En 1994 obtuvo el 16.5% (aunque aún no se podía hablar de elecciones libres, y la izquierda aún no tomaba el DF); en 2000 se mantuvo más o menos igual, con el 16.6%; en 2006 estuvo muy cerca, con 35.3%; y en 2012 quedó otra vez lejos, con 31.5%, siete puntos abajo del ganador. Si consideramos que hoy se necesita aproximadamente un tercio de los votos para ganar –cifra que le dio la victoria a Peña Nieto–, a la izquierda parece no alcanzarle ni unida.

El vicio continuo impide la evolución. Recordemos que la izquierda institucional es una escisión conservadora del PRI hegemónico, una continuación práctica del modelo corporativista. Ese sistema clientelar no sólo explica la permanencia de la izquierda en el Distrito, sino las dolencias que hoy amenazan su integridad a nivel nacional.

Primero que nada, porque el corporativismo produce complacencia y pasividad. Puesto que opera a través de un intercambio –si las partes quieren per saecula saeculorum– de votos por prebendas, es como el síndrome de aquellos países que se hacen dependientes de un solo recurso (por ejemplo el petróleo) y postergan el desarrollo holístico. Es naturaleza humana: cuando la ganancia es fortuita, no hay necesidad de trabajar. Así, la izquierda está más preocupada por explotar su Cantarell, que buscar nuevas fuentes de riqueza.

En segundo lugar, y como consecuencia de lo primero, porque el corporativismo –un modelo anacrónico– alienó gradualmente a la izquierda del juego democrático actual. Mientras sus contrincantes practicaron el nuevo futbol total, la izquierda mantuvo el vetusto catenaccio. Hoy, los sectores sociales que alguna vez sostuvieron al Estado –sindicatos, centrales campesinas, líderes sociales, empresarios, economía informal, etc.– acaso ya no representan la parte más importante del voto, y la izquierda, absorta en su baluarte, no sabe cautivar a la que sí: el ciudadano común, el políticamente libre, el desincorporado. En consecuencia, lo que a la izquierda le funciona en el DF y el corredor del centro-sur, no le funcionaría a nivel nacional.

Ahora bien, quizá los lectores piensen: ¿debe la izquierda renunciar voluntariamente al poder en el Distrito Federal? No, desde luego que no. Finalmente los políticos son campesinos del poder. Su negocio es sembrarlo y cosecharlo, por lo que ceder terreno voluntariamente está fuera de la ecuación. No. La solución está en abandonar el modelo clientelar… la comodidad que genera el voto duro – la vieja política. Eso forzaría a la izquierda a buscar al ciudadano mexicano del siglo XXI, a jugar el futbol total. Sin embargo, imposible que el olmo dé peras. Como era previsible, sucede exactamente lo contrario: hoy los máximos expositores de la izquierda institucional –Morena y PRD–, en fratricida lucha, se disputan lo último que les queda: su zona de confort.

*Este artículo se publicó el 28 de julio del 2015 en Animal Político: Liga