17.03.23

La calidad de nuestros políticos

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¿Nos merecemos políticos mejores?

Joseph de Maistre escribió famosamente que los pueblos tienen a los gobiernos que se merecen. No podría ser de otra forma, pues los gobernantes no sólo emanan de la sociedad sino que responden a sus demandas. Como escribió Étienne de la Boétie, incluso donde hay autoritarismo en el fondo hay voluntad de servidumbre.

En México existe la noción generalizada contraria: no tenemos a la clase política que nos merecemos. Un poco como si la asignación de clases políticas en el mundo hubiese sido aleatoria y México hubiese tenido mala suerte. He tratado este tema en diversas ocasiones y ahora que volvemos a entrar en clima electoral es oportuno profundizar.

Si la sociedad cree merecer mejores políticos, naturalmente asume que es mejor que su clase política, es decir, que no está debidamente representada. Habría que definir en qué consiste esa superioridad no representada. Es poco probable que se trate de nivel de  instrucción, de educación o de cultura dado que el obradorismo ha sido tan exitoso en gran parte por ser tan pedestre, por estar lleno de personajes como Cuitláhuac García o Cuauhtémoc Blanco.

Si la queja es respecto a la honorabilidad, la calidad moral, la honestidad o el pudor, habría que inferir que abajo no se roba, no se miente y no se traiciona, o se hace en menor medida, cuando tenemos amplia evidencia de que, por ejemplo, buena parte de la violencia –incluso homicida– es intrafamiliar, o de que, como ha estudiado Luis de la Calle, la economía mexicana es una de extorsión generalizada en todos los niveles. ¿De dónde salen los Alitos y los Duartes? ¿Quién los engendra, quién los educa, dónde aprenden esos horribles valores?

Si la sociedad cree merecer mejores políticos, naturalmente asume que es mejor que su clase política.

Algunos sostienen que es la propia política la que los corrompe. Este es un argumento institucionalista: la política es corrupta y corruptora por el deficiente diseño institucional y la falta de mecanismos de control. Pero eso supone, otra vez, que el diseño de esas instituciones también es ajeno a la sociedad; y que si las instituciones estuvieran bien diseñadas, operarían mecánicamente. Sabemos que en México no sólo hay leyes e instituciones con diseño de clase mundial. El obradorismo nos enseñó que sirven de nada cuando no hay voluntad política para sostenerlas. Al final, las instituciones no son mejores que las personas que las conforman y las lideran. 

No pretendo absolver a la clase política de su responsabilidad. Al revés. Nuestra clase política es terrible, pero es más un reflejo de nuestra sociedad de lo que estamos dispuestos a aceptar. En ese reconocimiento tal vez comience un lentísimo cambio y empecemos a producir mejores políticos. El purismo ciudadano es una forma de adolescencia cívica que conduce a outsiders redentores que se dicen exentos de los vicios políticos, pero que los terminan personificando fielmente.

*Este artículo se publicó el 17 de marzo del 2023 en Etcétera: Liga