18.03.14

La caja de PANdora

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Pasados doce años de panismo en el poder, quedan confirmadas las sospechas: el PAN no tiene nada de moral.

A pesar de sus tempranas simpatías con el nacional-socialismo alemán y su posterior afinidad con el conservadurismo católico –negación doctrinaria del nacionalismo revolucionario–, si de algo gozaba el PAN, desde sus inicios y hasta que llegó al poder, era de una buena reputación.

Desde sus orígenes se autoproclamó emblema de la moralidad política en México; un grupo exclusivo de demócratas liberales y católicos que, ante la corrupción moral y material del régimen revolucionario, se resistía con patriotismo; hombres de bien; encarnación partidista de los valores cristianos.

Se destapó la caja de PANdora, la inmensa red de corrupción panista.

Sin embargo, pasados doce años de panismo en el poder –aunque lo imagináramos, preferíamos el beneficio de la duda– quedan confirmadas las sospechas: el PAN no tiene nada de moral. No es el adalid de la pureza; de esa suerte de ética política que mezcla virtudes liberales y religiosas –trabajo, industria, frugalidad, limpieza, resolución, orden– y las aplica virtuosamente al tropicalismo vicioso.

Se destapó la caja de PANdora, la inmensa red de corrupción panista. Las últimas sorpresas –moches municipales, contratos petroleros, muertes inventadas– indican que se trata de una congregación hipócrita y simuladora, vacía de aquella moralidad pública que, como metáfora del auténtico patriotismo, tanto presumía.

Una pregunta crucial para votantes, pero sobre todo para panistas, es si el partido se corrompió en el poder o era corrupto a priori. La respuesta no sólo sirve para vislumbrar una probable nueva conformación en el partido, sino entender la naturaleza del poder en México.

Si el PAN se corrompió en el poder, el mensaje a la cultura política sería desafortunado. Reforzaría nuestra eterna desconfianza en la política con una lección muy clara: los grupos que se inmiscuyen en ella, por más buenas que sean sus intenciones, inevitablemente se corrompen; la política es, por naturaleza, corrupta y corruptora. Nadie se salva.

Ese mensaje sería perjudicial, sobre todo en un país ya desilusionado con la política, como lo muestran los estudios de percepción ciudadana (ENCUP del INEGI). Si alguien le prestaba cierta aura positiva a la política –a sus ojos una actividad digna del ciudadano comprometido– era el PAN, por lo menos antes de llegar al poder. Hoy parece lo contrario. Las luchas internas, las manchas de corrupción y la división visceral dan una sensación de que la política no trae nada bueno.

Si por el contrario, decidimos que el PAN ya era corrupto de base, acaecería una desilusión colectiva contra sus valores constitutivos. ¿Nos engañaron todo este tiempo? ¿Fuimos víctimas de un típico cuento santurrón? El mensaje también sería inoportuno, tanto para el PAN como para la cultura política.

En cualquiera de los casos, el PAN ya no podría, no debería –como sugieren algunos colegas– regresar a sus valores fundacionales, preceptos no sólo ya anacrónicos sino ostensiblemente vacíos. La razón es clara: si se corrompió en el poder, aquellos valores cedieron y no habría por qué redimirlos; y si era corrupto desde antes, es porque probablemente nació con pecado original.

Por eso el PAN tiene que reinventarse desde abajo, encontrar una nueva voz. Ya no como una derecha puritana, víctima de sus propias denuncias, sino quizá algo más honesto y real a la luz del poder.

En este sentido, algo que podría funcionarle es el nuevo pragmatismo reformista de algunos panistas. La habilidad de sacar su propia agenda jugando con –y desde– el poder. Es decir, un conservadurismo –valga el oxímoron– moderno, que sepa que la política es eso: poder en el ámbito del Estado.

Para eso, irónicamente, su mejor tutor sería el PRI –antiguo objeto de su descrédito–; un partido que, después del huracán, supo formular un nuevo discurso sin dogmas fundacionales. El peor modelo, del otro lado, sería el PRD, un partido conservador incapaz de examinar sus propias ideas. El PAN está en ese camino de dos veredas…veremos por cuál camina.