13.08.13

Estados Unidos: líder del siglo XXI

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Ese ánimo pesimista que acechó al espíritu estadounidense después de la crisis financiera del 2008 y las últimas guerras en Irak y Afganistán, se asomó brevemente hace unas semanas tras la bancarrota de Detroit, símbolo de la economía industrial de ese país durante el siglo XX.

 No debemos tomar en serio los infructuosos sentimientos derrotistas de algunos sectores de la izquierda más cínica estadounidense, pero vale la pena mencionarlos para dar cuenta de que en realidad ocurre todo lo contrario: Estados Unidos está demostrando una vez más su capacidad de renovación, de reacción, de reajuste y de liderazgo, y es muy probable que por segundo siglo consecutivo, sea el director del planeta.

La quiebra de Detroit es a un tiempo engañosa y a otro reveladora. Reveladora, porque confirma que el modelo de producción económica que sostuvo al siglo XX –cuyo emblema fue Detroit– está agotado. Ese modelo industrial cedió el paso a uno nuevo: un modelo de servicios, tecnología, información y conocimiento. La quiebra de Detroit es sólo eso: insignia de un cambio socioeconómico, no el corolario de un país en decadencia.

EU se encuentra en medio de una revolución energética de proporciones históricas.

Pero también es engañosa porque, al tiempo que Estados Unidos hace una transición histórica de modelo socioeconómico, practica una suerte de re-industrialización. Con el alza en los costos de mano de obra china, los bajos costos de producción asociada a altas tecnologías en EU, la revolución energética, y la necesidad de generar empleo, Estados Unidos ha retomado ciertas actividades –principalmente en manufactura y energía– que había abandonado. Según las estimaciones, esta reindustrialización podría brindarle a EU hasta 4 millones de empleos –un 3.5% del PIB– en lo que resta de la década.

Pero lo más significativo es la parte energética. Y es que según expertos, EU se encuentra en medio de una revolución de proporciones históricas. Gracias a nuevas tecnologías que permiten la extracción de petróleo y gas en zonas antes ignoradas, EU se acaba de convertir en el mayor productor mundial de petróleo, superando a Arabia Saudita, aunque usted no lo crea. Además, con suerte divina, tiene unos de los yacimientos más grandes de gas de lutitas (shale gas) del mundo, lo cual le garantiza autosuficiencia energética muy próximamente.

Apenas si es necesario mencionar los beneficios económicos y geopolíticos que esto traerá. Por una parte, la soñada posibilidad de romper ataduras con el incómodo Medio Oriente y disminuir los conflictos –en seguridad, diplomacia, cultura y economía– que la presencia estadounidense provoca en esa región. Y por otra, la inmensidad de recursos que la energía ofrecerá, no sólo a través de costos reducidos en producción, sino también por ventas directas de la exportación de hidrocarburos, que a su vez generarán más tecnología, infraestructura, empleos, etc.

Además, hay una revolución tecnológica asociada a Internet que también traerá numerosos beneficios económicos, geopolíticos y militares. El industrial-Internet, término acuñado por la General Electric, y The Internet of Things de Kevin Ashton, aunque cosas ligeramente diferentes, son esencialmente formas de administrar entidades a través de Internet: desde electrodomésticos, casas y hospitales, hasta sistemas eléctricos y de transporte urbano, satélites, aviones y armamento. Estas tecnologías aún no se aplican a gran escala, pero dilucidan el enorme poderío tecnológico-militar que Estados Unidos ostentará. La NSA nos acaba de dar una probadita de lo que puede hacer en telecomunicaciones.

Por último, el panorama demográfico es también alentador. Aunque las tasas de fertilidad (promedio de hijos por mujer) han bajado ligeramente desde la posguerra, Estados Unidos aún tiene la tasa más alta de los países ricos, casi similar a la de países en vías de desarrollo como México. En Estados Unidos cada mujer tiene, en promedio, 2.2 hijos; comparado con aproximadamente uno por mujer en Europa y menos de uno en Japón. Si bien eso puede generar dificultades para garantizar empleo –que se esperan resolver con la gradual reindustrialización–, también constituye una fuerza inmensa de capital humano traducido en empresas, innovación, ideas, etc., es decir, en producción.

Considere usted, además, la gradual desaceleración de China, el virtual estancamiento europeo, y el surgimiento de dos aliados de EU –Canadá y Australia– como potencias económicas, y es evidente que nuestro vecino, por el momento, no tiene rival.

Pero hay un elemento más, uno que no se puede medir y es la marca distintiva de nuestro vecino: la gran capacidad que tiene para evolucionar y reinventarse. Recuerdo aquella frase de Octavio Paz que explicaba a los estadounidenses como hijos del futuro y el progreso –hombres cuyo presente está en el porvenir; de ahí su prodigiosa renuencia al estancamiento.

Así, para disgusto de muchos, Estados Unidos seguirá siendo el capitán del mundo. Pero para México esas son buenas noticias. Ante el rezago de nuestros competidores China y Brasil, y las expectativas que nuestras reformas han generado, los ojos están puestos sobre México, sobre todo los ojos del norte. Estamos ante la oportunidad histórica de asumirnos de una vez por todas, por lo menos en lo económico y geopolítico, como parte del subcontinente más próspero de la tierra: Norteamérica. Debemos asegurar nuestro lugar en este nuevo escenario. Debemos emparentarnos con los hijos del progreso.

*Este artículo se publicó en El Financiero, el 13 de agosto del 2013: Liga