08.01.19

Entrevista a Óscar E. Gastélum

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«Los tiranos adulteran el lenguaje para retorcer la realidad y adaptarla a sus caprichos.»

Óscar E. Gastélum es uno de los críticos más lúcidos e incisivos del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y sus homólogos internacionales, a quienes a menudo llama “demagogos narcisistas.” Se ha ganado una audiencia considerable. Cada semana publica sus mordaces columnas en la revista digital Juristas UNAM, donde denuncia a estos que considera nuestros atribulados tiempos.

Te has vuelto uno de los más fervientes críticos del obradorismo, pero has confesado en diversos textos que votaste dos veces por López Obrador (2006, 2012). ¿Por qué el cambio si de hecho muchos consideran que se moderó?

En 2006 era joven e ingenuo, creí que los críticos de López Obrador exageraban al compararlo con Chávez, y la alianza entre Calderón y Elba Esther me pareció repugnante. Hay que recordar que Elba se acercó primero a López Obrador y este la rechazó. Ese gesto que me pareció muy digno. Como votante, la educación es una de mis prioridades. En 2012, tras el berrinche grotesco que hizo en 2006, ya estaba totalmente decepcionado de López Obrador, pero me aterraba que el PRI volviera a la presidencia, pensé que sería un golpe muy fuerte en la psique colectiva del país y un retroceso en todos los ámbitos. Seis años después creo que no me equivoqué. Si López Obrador hubiera ganado en 2012 habría llegado más débil que nunca a la presidencia, hubiera demostrado su ineptitud y la pesadilla ya habría terminado. En cambio, gracias en parte al desastroso sexenio de Peña Nieto, hoy es el presidente mas poderoso de las últimas décadas y seguramente hará muchísimo daño. Yo no vi ninguna moderación en López Obrador durante esta campaña, lo que vi fue que le vendió el alma al diablo: pactó con Peña Nieto, con Elba Esther, con la ultraderecha evangélica, con Azteca y Televisa, y con muchos otros personajes tóxicos y vomitivos. Exhibió sin pudor su verdadero rostro de demagogo narcisista y obsesionado con el poder. En su delirio, él está seguro de que su presencia bastará para transformar al país, pero ningún cambio auténtico puede construirse sobre cimientos de impunidad y podredumbre. Por último, reconocí que su movimiento estaba emparentado con el populismo autoritario que contagió al mundo desde hace un par de años. En el fanatismo y la irracionalidad de su movimiento reconocí la obscuridad de Brexit, y Trump, y Orban, y eso fue lo que me impulsó a combatirlo sin cuartel, y desgraciadamente sin mucho éxito.

Has dicho que la batalla contra el obradorismo, entendido como una expresión local del populismo global, se librará en buena medida en el lenguaje.

Así es, desde Confucio hasta George Orwell, pasando por Humpty Dumpty, nuestros grandes sabios nos han advertido que los tiranos adulteran el lenguaje para retorcer la realidad y adaptarla a sus caprichos. Y cualquier cantidad de dictadores y sátrapas lo han confirmado en los hechos. El demagogo y su secta no son la excepción. En estos meses de transición y gobierno lo han demostrado una y otra vez. Todos, pero sobre todo la prensa y los intelectuales, tenemos que defender el lenguaje, empezando por el significado de la palabra «democracia».

En este sentido, has puesto particular énfasis en la importancia de la sátira, la ironía y la parodia.

Desde luego, porque la sátira es el aceite que lubrica la maquinaria del progreso civilizatorio, el aire fresco que impide que la atmósfera política, social e intelectual de una sociedad se vuelva tóxica, un ácido capaz de corroer la máscara de solemnidad detrás de la cual suelen ocultarse las figuras de autoridad. Y eso es doblemente cierto en el caso de demagogos autoritarios como López Obrador. Nuestro demagogo ha cultivado un culto alrededor de su personalidad que lo presenta como un santo inmaculado, entregado a servir al “pueblo”, sin ningún interés por lo material. Quizá no le interese el dinero, pero está obsesionado con el poder y cada día es mas obvio que su prioridad número uno es concentrarlo todo en sus manos. No hay mejor arma para exhibir sus múltiples vicios, sus miserias y su profunda mediocridad que el humor y la ironía. Y no sólo se trata de exhibirlo a él sino también a la corte de bufones, gangsters y sofistas que lo rodean.

Y en efecto, otro objeto de tu crítica han sido quienes llamas “propagandistas y publirrelacionistas” del régimen. Te ha preocupado, sobre todo, su deshonestidad intelectual.

Sí, y aquí quiero hablar de los más inteligentes, los que saben muy bien lo que están haciendo y que a pesar de que conocen muy bien la historia de Latinoamérica, han decidido repetirla. Es gente con intelectos privilegiados, a la que el pueblo le pagó postgrados en el extranjero y que tenían el deber de impulsar un cambio auténtico, de enriquecer el debate público y de profundizar nuestra cultura democrática, pero en lugar de eso prefirieron ponerse a las órdenes de un demagogo impredecible, reproduciendo los peores vicios del antiguo régimen y ayudando a restaurarlo. Para ser un porrista rastrero no se necesitan doctorados, basta con el intelecto y la preparación de un Attolini. Al convertirse en propagandistas se traicionaron a sí mismos, y al pueblo que los educó a través de sus impuestos. Me parece algo incomprensible e imperdonable.

Entonces, ¿cuál es el papel del intelectual público hoy? Porque uno de los grandes peligros que has denunciado es el antiintelectualismo, una animadversión general contra la ciencia, la razón y la alta cultura.

El mismo de siempre. Funcionar como una conciencia pública aunque en esta tenebrosa era parezca que predica en el desierto. Mantenerse fiel a sí mismo, a sus valores y principios. Aprender a vivir a la intemperie y a remar contra la corriente porque ésta será una lucha muy larga. Y sobre todo: debe tomar partido claramente a favor de la libertad, la razón y la verdad. Este es un régimen muy peligroso y potencialmente maligno. Negarse a reconocerlo, tratarlo como a cualquier otro gobierno corrupto e inepto de nuestro pasado inmediato es un acto de miopía cobarde e irresponsable.

Bueno, algunos intelectuales opinan que el populismo es la justa respuesta a las fallas de un liberalismo que consideran elitista.

Sí, incluso afirman que el liberalismo falló, aunque haya montañas de evidencia que contradicen ese disparate. La democracia liberal es el sistema que ha creado las sociedades más prósperas y libres de la historia. El ciudadano promedio de cualquier país democrático goza hoy de más lujos y opciones que el rey más rico de la Edad Media. El salto cuántico que ha dado la humanidad en las últimas décadas es un milagro inédito y conmovedor. Desde luego que falta mucho por hacer, se han cometido errores y en algunos países ha habido retrocesos, pero la solución es profundizar la democracia liberal, no arrancarla de tajo para reemplazarla con autocracias populistas. El caso de México es aún más dramático, pues el demagogo y su secta están matando nuestra democracia en la cuna, cuando ni siquiera hemos tenido tiempo de verla crecer y desarrollarse. Y decir que el liberalismo fracasó en México es doblemente absurdo, porque no hemos tenido un gobierno auténticamente liberal.

A juzgar por las redes sociales, hay quienes te consideran elitista en un país de desigualdades, pero has dicho que ello sólo es condenable ante los ojos del resentimiento. Incluso, que la crítica debe apropiarse del término “fifí” como sinónimo de disidencia.

Primero que nada, estoy totalmente a favor de luchar en contra de los privilegios de nuestra oligarquía y de nuestra clase política corrupta. Pero eso no es lo que está haciendo el demagogo, al contrario, no le ha tocado ni un pelo, ni lo hará, a nuestros oligarcas ni a nuestros políticos mafiosos. Está movilizando el resentimiento en contra de nuestros burócratas más preparados y valiosos y en contra de nuestros científicos y artistas, recortando el presupuesto para la cultura y la ciencia, o despojándolos ilegalmente de prestaciones laborales y reduciéndoles el sueldo, como si ellos fueran el verdadero cáncer de este país.

Por otro lado, supongo que me acusan de elitista porque creo que una nación debería ser gobernada por gente excepcional. Yo quiero que alguien más preparado e inteligente que yo me gobierne, pero en esta era de resentimiento rampante las masas prefieren a alguien igual de imbécil e ignorante que ellas como líder. Toda nación necesita una élite intelectual. En una sociedad justa como la que deseo, cualquier niño o niña, sin importar si nació en la Sierra de Guerrero, en la selva chiapaneca o en Polanco, podría aspirar a pertenecer a dicha élite porque tendría acceso a una educación de calidad, a servicios de salud de primera y a otros servicios públicos que garantizarían igualdad de oportunidades para todos. Todo debería  depender del talento, la inteligencia y el esfuerzo de los individuos. No de la fatalidad de haber nacido en cierta familia o región.

Por último, creo que debemos apropiarnos del epíteto “fifí” porque es una caricatura con la que el demagogo busca descalificar a sus críticos. En la oposición hay gente de todas las clases sociales, no puros catrines de pipa y guante. Y el movimiento del demagogo no sólo está compuesto de pueblo sabio y bueno, Pepe el Toro y su familia, sino que abundan los oligarcas y los mafiosos.

¿En serio ves las cosas tan sombrías? ¿A casi dos meses de iniciado el nuevo gobierno, de veras ha acaecido el desastre?

Tras cinco largos meses de transición y uno y medio de gobierno, creo que hasta los críticos más severos del demagogo nos quedamos cortos durante la campaña. La cancelación del nuevo aeropuerto es una catedral del absurdo que sonrojaría al mismísimo Kafka. Un país plagado de pobres va a tirar miles de millones de dólares a la basura para no tener un aeropuerto. Hay pocas cosas más peligrosas que un hombre todopoderoso capaz de actuar con semejante nivel de irracionalidad. Por otro lado, los ataques en contra de las instituciones autónomas y del poder judicial son constantes y descarados, ya no hay ninguna duda de que el demagogo quiere gobernar sin contrapesos de ningún tipo, cual tirano bananero. Y por si todo esto fuera poco, la crisis de la gasolina que hemos vivido en los últimos días confirmó la ineptitud sin límites de un régimen totalmente dependiente de los caprichos y delirios de un hombre ignorante, autoritario, necio y soberbio. Sí, sí podíamos estar peor que antes y de hecho ya lo estamos, y éste es sólo el principio. Los votantes mexicanos cometieron un error garrafal el primero de julio del año pasado, y todos tendremos que pagar las consecuencias.

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