17.02.14

El Internet profundo

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A donde Google no llega se conoce con el fantástico y misterioso nombre de la Red Negra o Internet Profunda. Y es precisamente ahí, en lo más obscuro de la red, donde habita el crimen del siglo XXI.

 No obstante lo difícil que ya es combatir al crimen organizado, la lucha se volverá extraordinariamente más compleja en este siglo XXI, sobre todo en países como México donde la tecnología criminal avanza más rápido que la seguridad del Estado.

¿A qué me refiero? A Internet.

Usemos la siguiente analogía. Nuestro océano constituye el 71% de la superficie planetaria, la mayoría de las especies viven en él. Sin embargo, aunque usted no lo crea, el hombre apenas conoce el 5%. El otro 95% –y lo que ahí se esconde– es un absoluto misterio.

Bueno, pues lo mismo pasa con Internet.

Cuando usted usa un navegador comercial, digamos Google o Safari, es como si navegara el inmenso mar en un barco pesquero y lanzara su red a la superficie marina. ¿Cuántos peces del total –por más grande que sea la red– podría usted atrapar? Relativamente pocos, ¿cierto?

Incluso el pesquero más grande del mundo, Google, apenas tiene acceso al 0.04% de este océano, que aproximadamente mide entre 5 y 10 millones de terabytes (1 TB= 1000 GB), aunque no se sabe con precisión. El resto del Internet –el abismo marino, digámoslo así, a donde Google no llega– se conoce con el fantástico y misterioso nombre de la Red Negra o Internet Profunda. Y es precisamente ahí, en lo más obscuro de la red, donde habita el crimen del siglo XXI.

Es ahí donde vive lo más feo y moralmente incomprensible de la decadencia humana –desde el tráfico de niños, esclavos, órganos y drogas, hasta armamento pesado, asesinos a sueldo, pornografía infantil y prostitución–; monstruos cuyos softwares –como el router Tor– están encriptados para proteger su anonimato, esconder su ubicación y bloquear su monitoreo, volviéndolos prácticamente inatrapables.

Una de esas temibles criaturas son los mercados negros virtuales, denominados los eBays y Amazons de la profundidad.

Silk Road –la Ruta de la Seda– por ejemplo, es una compañía idéntica a eBay o MercadoLibre, en la que vendedores y compradores se ponen de acuerdo a través de subastas; igual de fácil e igual de user-friendly, nomás que en lugar de libros, discos y perfumes, se venden niñas de 12 años y riñones.

A dos años de su lanzamiento, se calcula que Silk Road ha generado cerca de un millón y medio de transacciones con valor equivalente a los mil doscientos millones de dólares. Y ya hay competencia. Atlantis, Black Market Reloaded y Project Black Flag son algunos sitios similares.

Las agencias de seguridad de EU y otros países están preocupadas. Bien a bien, no se sabe el tamaño del abismo cibernético.

Además del anonimato, estos sitios suponen muchas ventajas para el crimen organizado. La mayoría de transacciones, por ejemplo, no se hacen con dinero real, sino virtual. El uso de la moneda cibernética Bitcoin, que se puede canjear por dinero real en la web comercial, es ideal para el lavado de dinero. Además, muchas de las operaciones criminales se hacen a través de intermediarios y, consecuentemente, es casi imposible determinar triangulaciones criminales.

Por eso, una de las estrategias policiacas más o menos efectiva es la infiltración preventiva: disfrazarse de usuario, atrapar a los delincuentes en el acto –por ejemplo mientras se entrega una mercancía– y poco a poco desarticular redes criminales. Sin embargo, salvo algunos servicios como prostitución o esclavitud, la mayoría del comercio es postal y las direcciones obviamente apócrifas. Detener a criminales in fraganti es muy complicado.

Las agencias de seguridad de EU y otros países están preocupadas. Bien a bien, no se sabe el tamaño del abismo cibernético. El año pasado, el FBI presumía haber clausurado Silk Road y detenido a su supuesto ‘mastermind’, Ross William Ulbricht, un joven tejano de 28 años que usaba el pseudónimo Dread Pirate Roberts. Sin embargo, tan sólo un mes después, Silk Road se alojó en otro servidor y, tanto la página, como Dread Pirate Roberts (el mismo u otro), están hoy en business as usual.

Más allá de la ciencia-ficción, el peligro es evidente. Este abismo cibernético no se acaba en las fronteras del crimen común –pornografía, prostitución, narcóticos y apuestas–. No. Las profundidades albergan monstruos substancialmente peores. Me refiero a amenazas sistémicas y desestabilizadores globales. A saber, armas químicas, proliferación nuclear, epidemias y terrorismo.

Si en México no podemos poner orden en pueblitos, si el crimen organizado rebasa al Estado en el mundo real, imagínese lo que no hará en las profundidades cibernéticas. Esperemos –lo dudo, aunque no lo sé– que ya exista una autoridad encargada –un submarino que explore esas aguas– pues créame que el mal, sobre todo en estas latitudes, no pierde el tiempo.

*Este artículo se publicó el 17 de febrero del 2014 en ADNPolitico: Liga