02.06.16

Decálogo del lenguaje político para el ciudadano

Compartir:
Tamaño de texto

El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades; para darle una sólida apariencia al puro viento.

Uno de los elementos característicos de las democracias modernas, particularmente en tiempos electorales, es la estridencia mediática: el flujo perpetuo de acusaciones, mentiras, verdades, reclamos, promesas y declaraciones de los actores en el ámbito del poder. Su objetivo principal: cautivar a la opinión pública… su habitual consecuencia: confundirla. Por eso, es tarea del ciudadano desarrollar la capacidad de discernir.

En su magnífico manual, ¿Por qué escribo?, George Orwell advierte que “el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades; para darle una sólida apariencia al puro viento.” Por su parte, el estadista y dramaturgo checo, Václav Havel, siempre equiparó el teatro y la política, reinos donde, decía el emancipador, se confunden realidad y ficción.

En tiempos electorales como los actuales, este estrépito prefabricado se vuelve especialmente difícil de digerir.

Pero Orwell escribió ese bonito testimonio en 1946, cuando el totalitarismo soviético suplía al fascismo como enemigo de la libertad. A pesar de su prodigiosa imaginación –materializada en su novela premonitoria 1984–, probablemente no previó las herramientas mediáticas que los políticos actuales tienen a su alcance: videos, programas de edición, redes sociales, memes, relaciones públicas… que, empleadas a propósito, pueden ensombrecer el lenguaje político como nunca antes.

México no es la excepción. En tiempos electorales como los actuales, este estrépito prefabricado se vuelve especialmente difícil de digerir. Pululan teorías conspiratorias, rumores, calumnias, difamaciones y ataques contra individuos e instituciones, disfrazados de un interés genuino por la nación. Los dimes y diretes, claro, se distinguen por su grado de seriedad, verosimilitud y, especialmente, por su sensatez y mesura. Los hay en diferentes categorías: desde los disparates cómicos y extravagantes, hasta los embates más delicados contra la legitimidad de las instituciones republicanas. Hay que aprender a distinguirlos.

Para tal efecto, pongo a disposición del ciudadano común una serie de recomendaciones a manera de decálogo. Espero que sirva para cuidarse del turbio y nebuloso lenguaje político; para no caer en manos del cinismo en tiempos de cosecha.

  • Nunca –no importa el bando– tome las palabras de un político o sus centinelas al pie de la letra. Siempre lea entre líneas. Recuerde que los políticos no son líderes morales, sino empresarios del poder; siempre intentarán ampliar su margen de ganancia. Detrás de toda palabra hay una venta.
  • Ejercite su memoria. Los políticos prometen el futuro para ganar el presente y olvidar el pasado (o viceversa). Por eso decía Orwell que “los que controlan el presente controlan el pasado, y los que controlan el pasado controlan el futuro.”
  • Siempre sospeche de los medios de comunicación. Consúltelos para conocer la agenda –y entre más medios, incluso los vendidos, mejor–, pero nunca para saber la verdad. Recuerde que en el periodismo también hay intereses, puntos de vista, corrupción, inserciones y censura. No olvide los medios internacionales, particularmente los independientes, y tenga especial precaución con las redes sociales, a menudo fraudulentas.
  • Identifique a los líderes de opinión serios y confiables. “Por sus frutos los conoceréis.” Académicos, investigadores, científicos, intelectuales, artistas, empresarios, periodistas y demás partícipes de la vida pública. Sígales la pista… pero no olvide la falacia magister dixit como la formuló Christopher Hitchens: “juzgue a todos los expertos como si fueran mamíferos.”
  • Siempre verifique las fuentes de información: datos, estadísticas, mediciones y citas, especialmente de las instituciones del Estado y grupos de interés. Como dice una frase atribuida a Mark Twain: “los hechos son obstinados, pero las estadísticas flexibles.”
  • Tome con cautela los chismes del círculo cercano. Si se lo dijo su compadre, quizá no sea verdad.
  • Tenga especial cuidado con las teorías de conspiración, las amenazas apocalípticas, los dogmas de fe, los estereotipos, las ideologías, las generalizaciones y demás absolutismos – la política raramente es monolítica.
  • También tenga especial cuidado con los líderes sociales, activistas, agrupaciones, sociedades y militantes… las membresías siempre comprometen; prefiera las organizaciones independientes de la sociedad civil y los individuos autónomos, pero nunca olvide verificar la fuente.
  • No se deje manipular por sentimentalismos. Los populismos explotan la pobreza y la desigualdad, los conservadurismos la moral y el statu quo; desconfíe de los héroes, villanos, proezas y noches tristes de la historia oficial.
  • Desconfíe de decálogos como éste y similares prescripciones. Formule sus propias conclusiones, al menos gozará de autonomía. Resista los convencionalismos y tradiciones, especialmente la opinión de la mayoría. Como dijo Oscar Wilde, “cuando la mayoría está de acuerdo conmigo, siento que debo estar equivocado.” Investigue, lea, discuta, debata, desafíe, dude. México es un país con libertad de pensamiento y expresión – aproveche.

*Este artículo se publicó el 2 de junio del 2016 en Forbes: Liga