07.07.23

Debatir con un propagandista

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Xóchitl vs Epigmenio

En mis días como comentarista he acumulado cierta experiencia debatiendo con algunos  propagandistas del régimen obradorista y le puedo asegurar que es un deporte extremo. Primero, porque un propagandista es un mentiroso de tiempo completo; y segundo, porque no parte de un piso mínimo de objetividad compartida que admita concesiones y síntesis. Por ejemplo, puede negar que 2 + 2 es igual a 4, dejando el intercambio sin margen de maniobra para un debate de buena fe. Traducido a la coyuntura, puede negar que este sea el sexenio con más homicidios violentos, o que el PIB per cápita se haya estancado, o que siga habiendo corrupción, etcétera.

Para la escuela socrática, el fin del debate es acercarse a la verdad. Pero para los propagandistas, el objetivo es otro: ganar a como dé lugar, aunque prevalezca la mentira, lo que Platón llamaba erística. De tal suerte que un propagandista bien curtido puede emplear un arsenal de sofismas, triquiñuelas argumentativas y falacias lógicas no sólo para minar el debate sino, sobre todo, para desacreditar a una persona honesta y destruir su legitimidad. Sin embargo, con ciertas precauciones y condiciones previas, subirse al ring puede ser muy redituable para el polemista honesto y más que nada para la audiencia.

Un propagandista es un mentiroso de tiempo completo.

Lo primero es asegurarse de que el medio y el moderador sean imparciales, que no sea una cueva de lobos. Debes cerciorarte de que el moderador sea una persona justa e intelectualmente honesta. También, deben pactarse previamente los temas en disputa, pero sin dejar de estar listo para la improvisación. Sobra decir que es crucial estudiar al personaje, su estilo, sus mañas y argumentos para anticipar razonablemente por dónde vendrán sus ataques. Asimismo, conocer muy bien tus flancos débiles para poder adelantarte al contraargumento. En cuanto a las formas, es aconsejable evitar las reacciones viscerales y los ataques ad hominem. Se vale algo de performance histriónico –especialmente en televisión–, pero hay que confiar sobre todo en la razón, los argumentos y los hechos para convencer a quien de verdad importa: la audiencia.

Esta semana, la opositora puntera Xóchitl Gálvez se enfrentó a uno de los propagandistas más mendaces e inescrupulosos del régimen: Epigmenio Ibarra. No lo calificaría como debate formal sino un encontronazo argumentativo típico de los tiempos. En opinión de muchos era innecesario porque ella ya centró la rivalidad directa con el propio presidente: ¿para qué exponerse con la servidumbre rastrera? Quizá el cálculo fue ganar exposición en medios tradicionales, dejar claro que puede con quien le pongan y foguearse para refutar mejor los ataques venideros.

Creo que de la zacapela Xóchitl salió raspada. El propagandista logró depositar en la audiencia cierta suspicacia. No obstante, Xóchitl ganó el postdebate en redes sociales, que en esta época es igual o más importante que el debate mismo. El balance al final fue positivo, pero estuvo en el filo de la navaja. Para nada sugiero –como hacen los políticos timoratos– que Xóchitl se oculte y no se exponga, pero no debe hacerlo de forma impulsiva ni desestimar las precauciones, y nunca debe volver a subestimar a las serpientes. Lo imperativo contra un propagandista es desactivar sus paralogismos, de lo contrario su causa –aunque sea perversa– se fortalecerá.

*Se publicó el 7 de julio del 2023 en Etcétera: Liga