18.12.20

Brozo pedagogo

Fuente: Wikimedia Commons
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Una admisión pública para la pedagogía democrática.

El payaso Brozo se lanzó contra el demagogo. Le recordó que no es ni Dios ni el hijo del hombre, sino un pinche presidente que, o nos sirve, o no sirve para ni madre (aunque a mi juicio ya es un poco tarde para esa disyuntiva). Fue crítico también con los predecesores: Fox, Calderón, Peña – como debe de ser. La diferencia es que su creador, Víctor Trujillo, llamó a votar por López con la ilusión de un cambio, algo diferente, lo que sea, cuando la historia enseña que siempre se puede estar peor, sobre todo si el anunciado es un demagogo mesoamericano de signos inconfundibles. Alguien con la audiencia de Trujillo debió saber que influyó y fue parte –involuntariamente, si se quiere– de la maquinaria propagandística. Así que además del gobierno y sus sicarios digitales, también le cayeron los críticos por haber sido cómplice del desastre y querer lavarse la cara.

Hay que ser despiadados con los facilitadores, sin indulgencias. No con el ánimo de venganza, sino de depurar a nuestros guardianes y destiladores – nuestros gatekeepers. Ante el desastre, debemos desacreditar a los Esquiveles y Sabina Bermans y Zepeda Pattersons y Lorenzo Meyers que fungieron, y fungen aún, como falsos oráculos al servicio del poder. Y asimismo a la inversa: reivindicar a quienes nos advirtieron con escalofriante precisión, desde hace 20 años, que López era peligrosísimo para México, sencillamente porque tuvieron razón.

Me equivoqué.

Pero hay una gran diferencia con Trujillo que lo exime de la ignominia: muy claro y temprano dijo que se equivocó. “El momento político y social era ideal para un parteaguas nacional. Había hartazgo y decepción general. El PRI y el PAN ya nada tenían que ofrecer. Aposté a que Andrés podía dar el salto de líder opositor a jefe de Estado. No lo logró. Me equivoqué” (itálicas mías).

En esa aceptación pública reside la pedagogía democrática. Mientras otros se aferran a su obcecación con orgullo, y otros culpan al propio López por haberlos traicionado en lugar de aceptar su lectura errónea de una agenda súper clara, y aun otros aducen que la destrucción actual es mala pero la de antes era peor, Trujillo admite el desliz. No se lo he oído a ningún decepcionado de su talla en un país de cobardes silenciosos, quienes deberían saber que, así como llamaron al voto, su admisión haría mucho bien a seis meses de unas elecciones intermedias en las que el país se juega el descenso definitivo al desastre.

Reprocharle a Trujillo su llamado al voto, sin reconocer su solitaria y valiente admisión, aunada a su crítica continua, no es sólo mezquino sino contraproducente. Debemos abrirle espacio a la genuina decepción, sobre todo cuando es pronta y expedita, y más cuando no busca victimizarse sino responsabilizarse. En esa sutil diferencia descansa la frase de Ella Wheeler Wilcox: “Pecar de silencio cuando deberíamos protestar hace cobardes a los hombres.” Eso sí, se agota el tiempo: ya ha pasado demasiado, ya se ha destruido suficiente, los signos del fracaso y su inercia abundan. Es la hora señalada: que los convocantes desencantados hablen ahora o callen, en la complicidad, para siempre.

*Este artículo se publicó el 18 de diciembre del 2020 en Etcétera: Liga