09.02.15

Breve reflexión sobre los chapulines

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Dejar un cargo o institución para buscar una mejor posición no sólo es una aspiración legítima (y legal), sino uno de los impulsos más naturales en la política… presente además en todas las democracias.

Parte del reproche contra los chapulines (funcionarios que dejan un cargo o institución para buscar un puesto de elección popular) refleja ciertos trastornos de nuestra cultura política: la creencia, por ejemplo, de que los políticos deberían ser guías morales; o que son el componente más importante del servicio público…por encima del votante, cargo o institución. No extraña que la Arquidiócesis de San Luis Potosí haya descalificado a estos personajes como “inmorales”, pero es una confusión.

Para evitar decepciones, es importante entender que los políticos, especialmente en la democracia, no son, ni podrían ser –como alguna vez lo soñó Platón–, líderes morales: dejemos eso para los cartujos. Los políticos son campesinos del poder en el ámbito del Estado. Es todo. Su juego es sembrar y cosechar el poder. Dejar un cargo o institución para buscar una mejor posición no sólo es una aspiración legítima (y legal), sino uno de los impulsos más naturales en la política…presente además en todas las democracias. Si entendiéramos que para los políticos los puestos de elección popular son una especie de “activo” asequible pero sujeto a leyes de oferta y demanda, los electores podríamos limitar a los chapulines a través del voto (si así lo quisiéramos).

Los electores podríamos limitar a los chapulines a través del voto.

Por otro lado, es claro que seguimos poniendo demasiado énfasis en las personas, en lugar de procurar la solidez institucional (y cultural). Si bien es cierto que la fortaleza de las instituciones reside en los individuos, nuestro marco institucional debería resistir cuantos chapulines quisiera. De lo contrario, el problema no serían los chapulines, sino la debilidad institucional (el caso de la corrupción es diferente, pero eso lo discutiremos en otra ocasión). Para tal efecto, hay propuestas interesantes que buscan darle solidez a las instituciones por encima de sus directivos temporales. El servicio profesional de carrera o los planes intersexenales de desarrollo son buenos ejemplos.

El primero es importante porque impide que grupos políticos usen a los chapulines para capturar los puestos públicos que no son de elección popular. Si dichos puestos sólo pudieran ser ocupados por los mejores profesionistas en el mercado, cuya contratación además fuera transparente, los chapulines no sólo no serían artífices del clientelismo y la asignación discrecional, sino que no estarían en puestos donde se requieren técnicos de largo plazo. Sólo existirían, por convicción propia o de su partido, en puestos de elección popular… y los podríamos premiar o castigar con el sufragio.

Por su parte, los planes intersexenales son importantes porque aseguran que las instituciones funcionen y los proyectos se terminen a pesar de los chapulines. El chiste es asegurar que las instituciones continúen con sus tareas y funciones sexenio tras sexenio, independientemente de quién esté al frente o quién se vaya.

Por último, una de las mayores críticas a los chapulines y partidos políticos en general (en todo el mundo) tiene que ver con su elasticidad o inconsistencia ideológica. Un día son de derecha y otro de izquierda, un día liberales y otro conservadores. Pero más que oportunismo, eso revela un reordenamiento –o incluso desaparición– de las posturas tradicionales en el espectro político. No es que los políticos actuales cambien de ideas, más bien es que las ideas ya no pueden aglutinarse como antes. Parte de la “izquierda” en México, por ejemplo, rechaza los impuestos… algo que pocas izquierdas en el mundo hacen. Parte de la “derecha” se opuso a la reforma energética…otra aparente anomalía. En la izquierda mexicana hay personajes xenófobos y homofóbicos; en la derecha los hay populistas y revolucionarios. ¿Qué explicación podemos dar a semejante incongruencia si no un ajuste en el espectro mismo?

Así, los chapulines –como todos los políticos– son más síntoma que enfermedad. Si usted no está de acuerdo con ellos, muéstrelo en las próximas elecciones.

*Este artículo se publicó el 13 de febrero del 2015 en Animal Político: Liga