01.12.14

Ayotzinapa: confusiones mediáticas

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La oleada de falacias que circulan en el firmamento mediático confunden al ciudadano autónomo y le restan poder a la multitud auténticamente indignada.

En esta crisis, parece que la desinformación avanza más rápido que la organización efectiva. La gran amenaza contra esta oportunidad histórica no es una hipotética –aunque improbable– reacción autoritaria del gobierno, sino el choque esquizofrénico de informaciones dentro del incipiente movimiento.

Sabemos –lo demostró el disidente bielorruso Evgeny Morozov en su libro La desilusión de la red– que las redes sociales no ayudan a las protestas, por el contrario las perjudican. Si acaso esparcen la indignación momentáneamente, son canales idóneos para sembrar la confusión –tan útiles para regímenes represores que buscan silenciar, como para grupos oportunistas que agitan a la opinión pública desde la oscuridad. A este cocktail hay que agregar el rumor, el periodismo de opinión irresponsable o cómplice, la academia con línea política, y la opacidad de los medios tradicionales.

Por ahora los indignados no tienen guías fidedignos.

En el caso de México faltaría un ingrediente: por ahora los indignados no tienen guías fidedignos –quizá un líder moral– que ayude a discernir la verdad de la mentira. Ante la ausencia de traductores verosímiles, los ciudadanos reciben torrentes indescifrables de información que provienen de actores escondidos: del lado del golpismo, por ejemplo, que el gobierno federal ejerce una represión sistemática a gran escala estilo Pinochet; del lado más oficialista, que toda esta crisis es producto de una trampa planeada y ejecutada cuidadosamente para derrocar al Presidente.

Teorías aún más lunáticas transitan la red…y sus irreflexivos centinelas están dispuestos a esparcirlas. Hace unos días en Facebook, un periodista de la revista Proceso comparaba la situación actual con la dictadura argentina del General Videla. Del otro lado, gente asustada porque los anarquistas podrían derrocar al Presidente e instaurar el miedo y el desorden a imagen y semejanza del Estado Islámico en Siria e Irak.

No es que el ciudadano sea tonto y “se crea” cualquier cosa –Umberto Eco demostró, en su Obra Abierta, que cada quien interpreta el mensaje como quiere–, sino más bien que no sabe en quién confiar. Así, la oleada de falacias que circulan en el firmamento mediático confunden al ciudadano autónomo y le restan poder a la multitud auténticamente indignada. Los actores escondidos –de todas las tendencias y con todas las agendas– se apoderan de la discusión y el ciudadano queda, efectivamente, desplazado. En pocas palabras: no es que los grupos de poder manipulen al ciudadano hacia ciertos fines; es más bien que lo apartan de la disputa por el supuesto cambio.

No obstante, sí hay mentiras siniestras y peligrosas: decir que el Presidente es un asesino y que el Estado coarta las libertades constitucionales o reprime a la población de manera sistemática y burocrática, no puede ser bueno. Aunque nadie medianamente inteligente lo crea, es una calumnia absurda que sólo contribuye al desgaste de la moral pública y el ánimo común.

Urge que alguien con calidad moral y compromiso histórico –en países modernos la silla la ocuparían el periodismo, los intelectuales públicos y la academia– tome las riendas y encauce la pluralidad de energías dispersas a fin de materializar la indignación. Si en efecto esta crisis es de la gravedad que algunos sugieren, necesitamos a un Émile Zola, un Albert Camus, o a un Octavio Paz que digiera la sobre-información interesada. Queda la terrible duda de si le haríamos caso o si, como Hera, la esposa de Zeus, nos distraeríamos con los cánticos de la ninfa Echo mientras otros aprovechan el festín…pero esa es una discusión más amplia sobre la condición de las masas a la luz de nuestros tiempos.

*Este artículo se publicó el 1 de diciembre del 2014 en CNN: Liga