12.02.14

Apuntes sobre Michoacán

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Si no existe una autoridad soberana, íntegra e inquebrantable que proteja a unos de otros, alguien se intentará pasar de listo sometiendo a los demás.

Michoacán es prueba de que el filósofo inglés Thomas Hobbes tenía razón: sin un Estado que administre la violencia (y sea el único en hacerlo) a través de un contrato social, el hombre regresará a su ‘estado natural’ o condición pre-civilizada y se desatará un “todos-contra-todos”.

La razón es muy sencilla: si no existe una ‘autoridad soberana’, íntegra e inquebrantable que proteja a unos de otros, alguien se intentará pasar de listo sometiendo a los demás. En su miedo a morir, los sometidos intentarán auto-protegerse y se producirá la guerra. Ha pasado mil veces en la historia humana.

Sólo dos personas en la historia han logrado apaciguar a Michoacán.

El problema de Michoacán, dejémonos de cuentos, debe entenderse en ese contexto; en el de un Estado (me refiero al Estado mexicano) incapaz de administrar la violencia; es decir, proteger a unos de otros. Por eso ya es todos contra todos –autodefensas contra criminales, criminales contra ejército, ejército contra autodefensas–, porque no hay nadie suficientemente fuerte que diga “hasta aquí” (que debería ser el Estado mexicano).

En julio del año pasado, tras la crisis en la Sierra de Coalcomán en Tierra Caliente, el presidente Peña Nieto reconoció –casi obligadamente– que había “zonas” enteras de Michoacán controladas por el crimen organizado. Medio año después, parece que no son solo “zonas”, sino prácticamente todo el estado. Lejos de mejorar, la situación empeora, demostrando que la estrategia de Peña no ha funcionado.

María Elena Morera, presidenta de Causa Común y activista involucrada en Michoacán, ha documentado la absoluta escasez de autoridad en el estado. El año pasado, en su artículo Michoacán: al borde del precipicio, dio testimonio de un territorio donde no funcionan ni las escuelas, ni los servicios fiscales, ni las instituciones de justicia ni, sobra decirlo, los cuerpos de seguridad. Como ha dicho en repetidas ocasiones Jorge Chabat, profesor del CIDE y especialista en seguridad, el problema es estructural: el Estado michoacano simplemente no funciona.

Lo interesante de Michoacán, especialmente de Tierra Caliente, es que es un territorio histórica y geográficamente difícil. Ya lo decía alegóricamente el historiador Luis González y González, fundador de El Colegio de Michoacán: “se le dice Tierra Caliente con sobrados merecimientos por razones muy justificadas. Según algunos es susceptible de hacer huir a los mismos diablos.”

Sólo dos personas han logrado apaciguar a este pueblo indómito, ambos apodados Tata como muestra del afecto purépecha. Uno fue Vasco de Quiroga, Primer Obispo de Michoacán que, en 1537, tuvo la audacia de construir hospitales, escuelas, albergues y demás obras sociales que hoy, 500 años después, al gobierno a penas si se le ocurren. Y el segundo fue, todos sabemos, Lázaro Cárdenas, Gobernador de 1928 a 1932 y quien después de las guerras civiles que llamamos Revolución, unificó a los pueblos michoacanos bajo el mandato colectivista de la repartición agraria (no estoy seguro que haya sido tan buena idea, pero funcionó). Todos los demás intentos han fracasado.

Porque geográficamente también es un territorio complicado. La combinación impenetrable de selvas, montañas, mar, valles y volcanes hacen que el ejército mexicano se sienta en Vietnam. La salida al Océano Pacífico y una latitud que lo ubica a mitad del territorio nacional, hacen de Michoacán un punto geoestratégico en el que convergen varias rutas del crimen organizado. Aun un gran ejército tendría problemas.

A eso súmele usted que prácticamente no hay gobernador, que Michoacán tiene una de las mayores deudas públicas del país y uno de los peores desempeños educativos, y he ahí el resultado.

La situación es crítica y nadie sabe cómo resolverla. La comentocracia anda proponiendo ideas superfluas como “establecer de inmediato la legalidad” o “abatir a los criminales”. Sí, muchas gracias por la novedad. ¿Qué más? Le digo que en 500 años –eso sin contar la época prehispánica– Michoacán ha sido indomable. A ver cómo lo resuelve Peña, pero se antoja irónico que el estado donde Calderón inició su obstinada guerra, se pueda convertir rápidamente en el problema central de su sucesor.

Digo “problema central” sin exageraciones. Diarios internacionales como el New York Times y el Washington Post llevan varios días publicando la noticia en primera plana de su sección internacional. El Departamento de Estado de EU ya ofreció ayuda (que el gobierno mexicano declinó). Si se desencadenara un incontenible y desafortunado alud mediático –esperemos que no–, la imagen virtuosa que México está proyectando al mundo gracias a las reformas del 2013, puede venirse abajo. Nos pasó justo hace 20 años.

*Este artículo se publicóel 18 de enero del 2014 en ADNPolítico: Liga