24.10.16

Apunte sobre los tres debates

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Concluyeron los debates presidenciales en Estados Unidos.

Según diversas encuestas, Hillary Clinton los ganó todos, pero con un desempeño descendente, mientras que Trump con uno ascendente. Es decir, Hillary ganó el primer debate con el máximo margen (según CNN: 62–27), el segundo con un margen menor (57–34) y el tercero con uno aún menor (52–39), de manera que Trump fue mejorando y Hillary empeorando… relativamente.

Más que ideas, estuvieron en juego temperamento y carácter; era de esperarse en una época tan emocional, no sólo en Estados Unidos sino en el mundo. Los votantes buscaban, entre otras cualidades de la conducta, un semblante fuerte y seguro. Por eso, antes de las batallas, muchos vaticinaban un triunfo de Trump, pues veían en él al cowboy irreductible, con gran capacidad de improvisación y sobre todo sorpresa. Sin embargo, la mesura de Hillary, su templanza y disciplina, su gran capacidad para tenderle trampas a Trump y al mismo tiempo librar los embates, convencieron más al público; esto, a pesar de todas sus flaquezas, como la falta de carisma y el perfil acartonado.

Más que ideas, estuvieron en juego temperamento y carácter; era de esperarse en una época tan emocional.

En general, vimos a un Trump irracional y escandaloso (por no decir xenófobo, intolerante y retrógrado, atributos que ya conocíamos). Interrumpía, atacaba con el ad hominem, no hilaba argumentos y muy a menudo profería barbaridades. Esto ofreció varias oportunidades a Hillary de aniquilarlo –sobre todo en el último debate, cuando él la llamó “una mujer repugnante”–, pero ella jamás se arriesgó con reprimendas enérgicas. Por ahí circula la suposición de que le convenía mantener a Trump medio vivo hasta el final porque le aseguraba una victoria, mientras que un adversario destruido antes de tiempo animaría a los republicanos a nombrar a otro candidato de último momento que la pudiera vencer, pues a pesar de ir arriba en las encuestas, más de la mitad del país tiene una opinión desfavorable de ella.

En cuanto al desempeño ascendente de Trump, una explicación factible es que las expectativas sobre su capacidad eran tan bajas, que cualquier atisbo de sensatez le daría puntos. Tanto más cuanto que mostró su peor cara en el primer debate, de manera que en los siguientes tenía todo que ganar y nada que perder. Y así fue: según los datos, también de CNN, la mayoría sintió que Trump debatió mejor de lo que esperaba, y lo que es más, mejor respecto al debate anterior. Si en el primero vimos a un Trump muy disparatado, en el segundo ya sólo vimos a un Trump medio disparatado y en el tercero a un Trump un poco disparatado.

Se podría decir que Trump ganó los debates en torno a la economía, sobre todo porque logró adjudicar responsabilidad a Clinton por un par de “desastrosos acuerdos comerciales”, especialmente el TLC, que firmó su esposo, y que buena parte del electorado ve con malos ojos. También fue convincente en cuanto a la incapacidad de los políticos de carrera, como Hillary, de resolver los problemas más apremiantes: logró venderse como una voz anti-establishment, para la cual hay alta demanda estos días. En los demás temas –seguridad, política exterior, relaciones raciales, migración, corte suprema, etcétera– es válido decir que ganó Hillary, no sólo por su vasta experiencia y conocimiento técnico, sobresalientes frente a la ignorancia de Trump, sino por la mesura de sus posturas, que apelan a una mayor población.

También, hay que decir, sin por ello favorecer a Trump, que fueron los escándalos ajenos a los debates los que más lo lastimaron en los debates, sobre todo aquél que algunos identifican como el letal: el video donde confiesa haber acosado a mujeres, que se hizo viral apenas un par de días antes del segundo debate y lo dejó ya con muy poco margen de maniobra. Si los cálculos de muchos analistas son precisos, aquel tropiezo significó el clavo en el ataúd (aunque con Trump nunca se sabe, como lo ha demostrado en varias ocasiones).

Esto no significa que Trump hubiera ganado los debates sin los escándalos, especialmente tras el último encuentro, donde hizo el cálculo más desatinado de todos: no comprometerse a respetar el veredicto de las elecciones si perdía. A los mexicanos esto nos es habitual, pero no a los estadounidenses, quienes llevan 160 años sin sucesiones presidenciales impugnadas. Trump, vestido de cacique latinoamericano, se metió con una tradición multisecular. No parece que pueda maquillar semejante injuria en la república liberal y democrática más vieja del mundo.

*Este artículo se publicó el 21 de octubre del 2016 en CNN: Liga