15.03.18

AMLO, Venezuela y la apuesta de Pascal

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Qué postura tomar frente al dilema AMLO-Venezuela.

Mis alumnos a menudo me preguntan si realmente existe la posibilidad de que López Obrador convierta a México en la Venezuela chavista, o si es un temor infundado: una exageración.

Vargas Llosa revivió la discusión hace unas semanas y, como en cualquier polémica, la audiencia respondió dividida. Para unos, como Enrique Krauze, se trata de un riesgo evidente. Para otros, como Gerardo Esquivel, una simpleza pueril.

Hace unos días, la coordinadora de campaña de AMLO, Tatiana Clouthier, dijo en entrevista con su natural campechanía, que esa vieja idea repetida por tantos detractores le parecía “una de las más grandes pendejadas” que jamás había escuchado. Horas después, esos críticos lanzaron su refutación.

De manera que acudimos a un dilema no del todo trivial, especialmente para aquellos votantes indecisos que pudieran considerar la variable; más aún cuanto que ambos lados tienen alegatos válidos, lo que en definitiva complica adoptar una posición.

Es mejor pensar que sí es posible, pues si bien ello no afirma que ocurrirá, al menos lo deja abierto.

Podríamos conceder, por ejemplo, que parte de la condena no es más que una caricaturización ordinaria (porque hay caricaturizaciones más finas), confeccionada en los albores de la campaña calderonista rumbo al 2006, o incluso desde el proceso de desafuero contra López Obrador en 2005, para infundirle miedo a la sociedad; que para efectos prácticos, pudieron haber escogido a Ortega de Nicaragua, a Morales de Bolivia o cualquier otro caudillo de América Latina o el mundo, de tal suerte que la analogía con Venezuela es forzada y sospechosa, sobre todo cuando, como bien dijo Clouthier, son países, candidatos, instituciones y sociedades completamente distintos.

Bien.

Pero también se podría decir que hay suficientes simpatizantes del socialismo bolivariano en el movimiento de López Obrador –desde payasos como Fernández Noroña y John Ackermann, hasta siniestros apologistas como Díaz Polanco y Yeidckol Polevnski– que han sido sorprendidos en innumerables ocasiones con escalofriantes alabanzas a Chávez y Maduro, y reivindicaciones de su modelo ignominioso, por no mencionar las odas del propio López Obrador a Fidel, su alarmante autoproclamación como un “rayito de esperanza”, su identificación con Jesús de Nazaret, su dogma de que el fin de la corrupción reside en su propia honestidad, y sus tentativas (¿acaso no son espeluznantes?) de redactar una “constitución moral”, una nueva carta de conducta para los mexicanos. Ahí están, además, las comitivas mexicanas afines a López Obrador en Venezuela, el presunto intercambio de recursos con el régimen bolivariano, los programas comunes, en fin.

Lo cual, de vuelta al otro lado –aunque estirando un poco la liga– sólo indica que Morena es un movimiento inclusivo, democrático y nacional que admite lo mismo a estos farsantes y sus ideas oscuras, que a las mejores mentes del liberalismo igualitario –capitalistas a fin de cuentas–, como Carlos Urzúa o Esteban Moctezuma, entre muchos otros. Y que no hay mejor señal de pluralidad que semejante convivencia en un partido político.

Regresamos, una y otra vez, al punto de partida. Argumentos válidos de ambos lados. ¿Será o no entonces un Chávez López Obrador?, se pregunta el ciudadano, confundido.

No sabemos, porque no hay forma de saber el futuro. Pero para ello existe la famosa apuesta de Blaise Pascal, una aproximación al dilema sobre la existencia de Dios. Dado que no sabemos si Dios existe, decía Pascal, lo estrictamente racional es apostar que sí, porque de equivocarnos no pasaría nada, pero de estar en lo correcto nos iríamos al cielo; mientras que lo contrario es demasiado riesgoso, porque de acertar tampoco pasaría nada, pero de errar nos iríamos al infierno. Las posibilidades son exactamente las mismas en términos probabilísticos, pero en la primera no hay nada que perder y todo que ganar, mientras que en la segunda todo lo contrario. La apuesta inteligente, por tanto, es la primera.

De igual manera, no sabemos si López Obrador convertiría a México en Venezuela: bien puede ser una exageración ramplona. Pero es mejor pensar que sí es posible, pues si bien ello no afirma que ocurrirá, al menos lo deja abierto; mientras que negarlo a priori –como hacen los partidarios de Morena– nos expone incautamente a una amarga sorpresa. Temer a Andrés Manuel –para efectos prácticos, exclusivos de este dilema– es la apuesta más inteligente, o al menos más racional, pues aun si volteáramos la pregunta –¿es López Obrador la esperanza de México?– ningún riesgo supondría contestar que no.

Ahora bien, hay un obvio inconveniente con este razonamiento: que parte del supuesto de que todo es posible. En ese sentido, también es posible que Ricardo Anaya sea un lavador de dinero serial, o que José Antonio Meade extienda la estafa maestra a un esquema intersexenal, o que ambos nos lleven por despeñaderos análogos a Venezuela, con sus triviales distintivos: al Chile de Pinochet o la Argentina de Videla, por poner dos ejemplos, los que sean. Lo cual, lo único que revela –lo único que realmente indica semejante futuro de ilimitadas posibilidades– es que no tenemos instituciones para impedir lo que de otra manera sería imposible. Y es ahí donde está el verdadero problema y donde hay que trabajar. Sólo entonces podríamos decir, con seguridad, “es la más grande pendejada” del mundo. Mientras tanto, querida Tatiana, puede ser una caricaturización, pero no una pendejada: lo más inteligente es anticipar el riesgo.

*Este artículo se publicó el 15 de marzo del 2018 en Animal Político: Liga