08.04.22

Adán vs. Claudia

Compartir:
Tamaño de texto

Hacia la sucesión obradorista.

A media semana se vio al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, en el Metro de la Ciudad de México rumbo a la Suprema Corte para presionar, a nombre del líder, a los ministros que discutían la constitucionalidad de la Ley de la Industria Eléctrica, también conocida como la “Ley Bartlett”.

El sábado previo viajó en avión militar con el comandante de la Guardia Nacional, el general Rodríguez Bucio, y con el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, para fungir de incendiario frente a las bases de Morena, respaldar con su ministerio a quien viole la ley para favorecer la ratificación, y golpear al INE.

Si bien ya no sorprende en tiempos del obradorato –que ha hecho de la chabacanería una política pública–, su discurso fue uno de los más pedestres y vulgares que se han escuchado a nivel federal en la historia de México. Más que el lenguaje, preocupa la convocatoria abierta a pisotear la Constitución, la gala que hizo de la violación de la ley como si fuera una virtud cívica, y los ataques –signo fiel de los antidemócratas– a los árbitros electorales. Se quitó la máscara de conciliador para revelarse como un alfil a imagen y semejanza del líder.

Si el carisma de López Obrador es intransferible lo más cercano es Adán Augusto.

Discurso y paseo en el Metro no son fortuitos, tienen ya un aire de confirmación para quienes sospechábamos que el paisano del presidente es un presidenciable. Nadie lo conoce (aún), pero hay suficiente tiempo para posicionarlo. Lo importante es la trayectoria compartida: se afilió al PRI en la docena trágica, o sea que también es hijo de Echeverría y López Portillo; después coordinó la campaña presidencial de López Obrador en 2006 en el sureste, su principal bastión; y finalmente se convirtió en gobernador de Tabasco unos meses antes de ocupar la supersecretaría. Como dijo Paco Calderón, es “otro tabasqueño anciano con mentalidad bananera, cantadito tropical, nostalgia priísta y corazón a la izquierda”.

Ese sello es importante en caso de que Claudia Sheinbaum no sea la idónea, o que siempre haya sido una finta tipo Moya Palencia, a quien Echeverría candidateó todo el sexenio para súbitamente, en un desayuno el último año, destapar a su amigo López Portillo. Como sabemos, Sheinbaum perdió la mitad de la Ciudad de México en las elecciones intermedias, –un precedente alarmante para el morenismo–, está embarrada con la Línea 12 del Metro y con el desplome del Rébsamen.

Sin embargo, lo crucial es que Sheinbaum tiene el carisma de una lata de atún. Precisamente mientras Adán Augusto se paseaba en el Metro haciendo un copy-paste de López Obrador, Sheinbaum pronunciaba en el Monumento a la Revolución uno de los discursos multitudinarios más chirriantes y estruendosos de que se tenga memoria. Como apuntó mi colega Luis Antonio Espino: “Si ya saben que carece de voz para la arenga placera, ¿para qué la exponen al ridículo? ¿Será plan con maña para que las bases confirmen que él es insustituible?”. Las itálicas son mías: Espino sugiere que, si el carisma de López Obrador es intransferible, lo natural es que permanezca en el poder. Pero si eso no se puede –digo yo–, lo más cercano es Adán Augusto.

*Este artículo se publicó el 8 de abril del 2022 en Etcétera: Liga