06.03.14

Salvando a México

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La portada de la revista Time en la que aparece el presidente Peña Nieto salvando a México sin duda es cursi e inverosímil, una exageración típica de los medios masivos estadounidenses. Sin embargo, la reacción que suscitó en México es un claro reflejo de nuestra –en ocasiones amarga– cultura política.

Primero que nada, nótese la absoluta desconfianza hacia las élites, confirmación inequívoca de que en México los superhéroes, sobre todo políticos, son inadmisibles.

En la lógica yankee con que se ideó esta portada, sucede lo contrario. Cómo olvidar, por ejemplo, Air Force One, película en la que el presidente de los Estados Unidos, interpretado por Harrison Ford, salva al avión presidencial de un ataque terrorista …¡con sus propias manos!

Nuestra cultura política está envenenada de desesperanza y desilusión.

Sirva de consuelo para Peña Nieto, a manera de hipótesis, que la diatriba probablemente no fue contra él, sino contra la idea de convertirnos en un pueblo salvado. Primero, porque a pesar de nuestro catolicismo, enaltecer a alguien con el título de salvador es conceder demasiado (siempre he pensado que por eso Andrés Manuel no ha ganado la presidencia). Y segundo, porque la salvación definitiva nos colocaría en una posición demasiado incómoda: no nos podríamos volver a quejar.

Ahora bien, a pesar de las recientes reformas estructurales, sabemos que una salvación política con alusión mesiánica es puro sensacionalismo. En ese sentido, la portada de Time sin duda es frívola. Pero si a ésas nos vamos, ¿por qué tomarla tan en serio? ¿Dónde está nuestro humor?

En el mismo sentido, sorprende la ingenuidad colectiva. Ningún pueblo, por más mala que sea su suerte, es susceptible de ser salvado por un político, ¿o sí? Incluso los pueblos que eso aparentan  –como el gringo, el argentino y sobre todo el francés– probablemente es porque así se asumen a priori. Su salvación es autoproclamada, idiosincrática, una forma de ver el mundo –así se creen de entrada.

En México, en cambio, pasa al revés: asumimos la condena; reina el fatalismo. La salvación ni siquiera es posible. Y precisamente ahí es donde nos dolió la portada: insinuando salvación. Como ya lo sugirieron ilustres pesimistas, una portada más afín a nuestras convicciones hubiera confirmado que, efectivamente, las cosas son irremediables y el destino siempre cruel. Algo como ¡México Insalvable! hubiera recibido menos piedras.

Estoy convencido que nuestra cultura política está envenenada de desesperanza y desilusión. Por supuesto que si la salvación sólo fuera un sentimiento, una actitud, no se le podría –no se le debería– exigir a un pueblo con 50 millones de pobres y 500 años de mal gobierno asumirse salvado. Pero en dado caso, justamente ahí estaría la vuelta de campana a tan risible ilustración: si los políticos no pueden salvarnos, salvémonos nosotros mismos.

Este artículo se publicó el 25 de febrero del 2014 en ADNPolítico: Liga