14.10.22

País enfermo y débil

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Epidemia de obesidad

Con la agenda tan convulsa y el constante asedio a la democracia tan propios del populismo, no había tenido oportunidad de repasar los resultados de la siempre ignorada Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) que salió hace unas semanas. Pero el hackeo de las Guacamayas a la Sedena me prestó la excusa perfecta.

La Ensanut confirma lo que se ve todos los días en la calle, en los pasillos del godinismo, en cualquier sitio. Somos un país de gordos, diabéticos, hipertensos, de hombres con senos y niños con llantas. Casi cuatro de diez niños y casi cinco de diez adolescentes son obesos. Es decir, prácticamente la mitad de nuestras nuevas generaciones tiene un problema de gordura. Y de los que tienen de 20 años para arriba, mejor ni hablar: 3 de cada 4. Si le sumamos que la cuarta parte de la población tiene hipertensión arterial y el 10% diabetes, somos inequívocamente un país enfermo y débil. No es fortuito que nos haya pegado tan duro la pandemia.

Le compro el boleto al Licenciado Presidente de que alguna vela tiene en este entierro el neoliberalismo. Consulté a la nutrióloga Fernanda Alvarado de Bien Comer y, más allá de ideologías, en efecto hay una correlación entre el período neoliberal y la explosión de la epidemia de gordura, pues en ese lapso proliferaron productos altos en azúcares refinados y harinas industriales a precios muy accesibles y con amplia disponibilidad. Un Gansito de $15 pesos presta un boost de azúcar muy inmediato, casi como droga. La combinación nociva parece ser inmediatez, disponibilidad y precio.

La Ensanut confirma lo que se ve todos los días en la calle, en los pasillos del godinismo, en cualquier sitio. Somos un país de gordos.

Supongamos entonces, sin conceder, que el gran problema sea la “dieta neoliberal”. La cuestión es qué hacer. El gobierno populista intentó una cruzada ideológica para satanizar esa dieta con una combinación de sellos oficiales en los productos, anuncios en el radio y los sermones del presidente y sus propagandistas. Después de unos años, no hay evidencia alguna de que haya funcionado. Tal vez habría que esperar algún tiempo, pero al momento las tendencias en todos los rubros van en aumento, según la Ensanut.

En otras políticas públicas del obradorismo tampoco se puede depositar mucha esperanza. Por la vía del tratamiento, se desmanteló el sistema de salud; por la vía de la prevención, el sistema educativo está en ruinas; y por la vía del poder adquisitivo para que la población no tenga que recurrir a comida chatarra, la pobreza y la inflación van al alza. Al Gansito le resta una larga vida.

Los sermones ideológicos ofrecen aún menos esperanza. Por un lado, algunos sectores progresistas afines al gobierno han empezado a importar la idea del wokeismo estadounidense de que ser gordo no es ni malo ni insano, sino una identidad respetable y deseable como cualquier otra. Por otro, hay una celebración cotidiana a la glotonería como parte neurálgica de nuestra identidad nacional.

El hackeo a Sedena confirmó que el Presidente, como digna encarnación del Pueblo, tiene varias de las enfermedades asociadas a la alimentación del mexicano promedio. Queda la duda de si se enfermó por la dieta neoliberal o por las garnachas que recomienda cotidianamente.

*Este artículo se publicó el 14 de octubre del 2022 en Etcétera: Liga