18.01.18

No tan rápido

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¿Por qué los demócratas no quieren destituir a Trump?

Uno pensaría que el más interesado en un proceso de destitución (impeachment) contra Donald Trump es el partido demócrata. Aunque no puede iniciarlo –pues no tiene la mayoría necesaria en las cámaras–, bien podría ser su mayor promotor, tanto en la arena pública como a través de presiones políticas bajo el agua.

Hmm, not so fast.

Desde la reñida elección por el curul de Alabama en el Senado, entre el republicano acusado de pederastia (Roy Moore) y el demócrata normal (Doug Jones), se desveló que una buena parte de los demócratas no quiere detener a los republicanos en su exitoso descenso a la ignominia. Un flanco importante pensaba que de hecho era preferible dejar ganar al demente –y cosechar los frutos de su previsiblemente escandalosa gestión–, que ocupar un escaño que de todas formas no les otorgaba mayoría.

Los demócratas no querrán mover un ápice que les pueda quitar una aplastante victoria en las cámaras.

La lógica era sensata. Lo dijo Napoleón: no interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo errores. No tanto por las acusaciones de pederastia contra Moore cuanto por sus ideas del siglo XVII: racismo, nativismo, evangelismo. Pero a pesar de que al final varios demócratas probablemente apoyaron al republicano –o al menos no dieron el alma por el demócrata– el electorado no se permitió semejante pena y eligió (aunque por un margen mínimo) al decente.

El golpe a Trump y los republicanos –quienes habían apoyado a Moore al grado de negar, contra toda evidencia, que era un pederasta– de todas formas fue contundente, pero no podemos saber si más o menos que teniendo a Moore como un agente tóxico seguro en la oposición.

Lo mismo está pasando con el proceso de destitución contra el Presidente. ¿Para qué remover a Trump ahorita? Hacerlo pondría en la Casa Blanca inmediatamente al vicepresidente Pence, quien, aunque también de integridad dudosa, no es un completo imbécil. Muy por el contrario, Pence de presidente podría corregir buena parte del desastre, al menos en imagen, pues arrancaría de un piso notablemente bajo, con mucho que ganar, incluso la reelección.

Remover a Trump cabría todavía menos en año electoral como el actual, en el que se disputan elecciones intermedias. Los demócratas no querrán mover un ápice que les pueda quitar una aplastante victoria en las cámaras. Y ahí está la apuesta. Pasadas las elecciones, ya con mayoría, entonces se podría empezar a pensar en una remoción, siempre que eso no le dé a Pence demasiado tiempo para rectificar y así tener posibilidades de reelegirse. Por eso es incluso mejor esperar a la elección presidencial, bajo el supuesto de que Trump perderá como nadie en la historia.

Pero hay varios problemas con esta jugada. Primero, que sean los republicanos quienes remuevan antes a Trump, exactamente por las mismas razones a la inversa. Y ciertamente no faltan promotores de esta opción, como lo sería Mitt Romney en caso de llegar al Senado. Segundo, que los demócratas no logren producir un líder inclusivo –uno, digamos, de Estado– y tengan que recurrir a figuras patéticas como Oprah, Michelle Obama o, en el peor de los casos, a Hillary otra vez, exacerbando la división política, racial, demográfica y sexual que hoy azota a Estados Unidos, y que bien podría reanimar a Trump como polo opuesto (de hecho, se podría argumentar que Trump ganó precisamente por falta de un liderazgo demócrata competente). Pero el mayor problema es que, claro, dejar a Trump en la silla puede ser una bomba de tiempo, siempre bajo la incertidumbre de un futuro sombrío… como la destrucción de la democracia más vieja del mundo, por ejemplo.

*Este artículo se publicó el 18 de enero del 2017 en CNN: Liga