26.07.13

Lucha de generaciones

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En 1791, el revolucionario liberal inglés Thomas Paine, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, escribió en su aclamado Los Derechos del Hombre que “un hombre no es propietario de otro hombre, ni una generación de la siguiente.”

Esta frase fue pensada en el contexto del liberalismo ilustrado del siglo dieciocho y subsecuentes discusiones sobre libertad, soberanía, propiedad privada, la formación del Estado moderno e inclusive esclavitud, pero adquiere un nuevo significado en la actualidad… sobre todo su segunda parte.

Una de las discusiones más importantes hoy, no es tanto sobre la lucha de clases tradicional –explotadores contra explotados o ricos contra pobres–, ni sobre otras luchas previas –señores feudales contra siervos o terratenientes contra esclavos–, sino una inédita y quizá desafortunada: jóvenes contra viejos.

Los jóvenes están teniendo que financiar a los viejos.

En síntesis, el problema es que los sistemas de pensiones en el mundo están en serios problemas y consecuentemente los jóvenes están teniendo que financiar a los viejos, sacrificando su presente y muy probablemente su futuro, para que los viejos puedan vivir un poco más. Esto ocurre ya en Japón, Europa y Estados Unidos. La discusión filosófica, a la luz de la frase de Thomas Paine, es si esto es justo.

Existen varias causas correlacionadas que hacen la disputa aún más difícil de resolver. La causa principal es que después de la Segunda Guerra, cuando se instauraron los Estados de bienestar, la gente se moría entre los 60 y 75 años. Así, los sistemas de pensiones fueron diseñados pensando en que el trabajador se moriría entre cinco y diez años después de jubilarse, considerando además que la población en ese entonces era de entre la tercera parte y la mitad de la actual.

Hoy esto ya no es cierto. No sólo se duplicó o triplicó la población, sino que el avance en salud ha elevado considerablemente la expectativa de vida. Si antes alguien se moría a los 65, hoy quizá se muera a los 85. Y goce o no de buena salud, mantener a una persona 20 años más con el sistema de pensiones actual es insostenible. Si la persona goza de buena salud, no puede trabajar ni producir mucho; y si está enfermo pues peor: las nuevas enfermedades crónico-degenerativas y los altos costos en atención y medicinas –siempre ascendentes–, agravan el problema. En ambos casos alguien tiene que cubrir los costos.

Lo que están haciendo los países ricos para resolver esto, de momento, es por supuesto, subir los impuestos a los jóvenes. Sin embargo esta solución no considera otros dos problemas: 1. La transformación de la sociedad industrial en una de servicios e información; y 2. La inversión demográfica.

El primero es un problema porque los empleos industriales que antes hacían posible al Estado de bienestar están desapareciendo. Con la automatización en la producción por un lado y la reducción de la actividad industrial a cambio de servicios por otro, hoy en día los empleos son más escasos, más efímeros, menos estables, y sencillamente diferentes. Así, los jóvenes no sólo tienen que mantener a los viejos, sino disputarse los pocos empleos para hacerlo.

El segundo es un problema porque los países ricos llevan varias décadas teniendo pocos hijos (sobre todo en Europa y Japón), pero cada vez viven más. Así, si las generaciones productivas son escasas, sus impuestos tienen que ser cada vez más altos o sus beneficios cada vez menores. En los países en vías de desarrollo, incluyendo México, actualmente ocurre lo contrario pero la inercia es eventualmente la misma: muchos jóvenes que serán viejos. Para el 2050 casi la cuarta parte del país será mayor a 65 años. ¿Quién financiará su vejez?

Así, la falta de sustentabilidad financiera en el sistema de pensiones en México es un problema principalmente a futuro, pero que debe resolverse hoy con políticas públicas preventivas y responsables. Se requiere una reforma hacendaria comprensiva que estimule la recaudación general para que el gobierno tenga suficientes fondos y no déficit como ya ocurre hoy; reducción sistemática del sector informal para que todos los mexicanos estén cubiertos (y que también todos paguen impuestos); y cotización continua y prolongada para que el trabajador cuente con fondos suficientes a la hora de su retiro, entre muchos otros. El punto es construir un sistema de protección y seguridad social financiado con impuestos –de todos– y no con deuda de las generaciones futuras.

Una solución limitada, aunque ciertamente positiva, es lo que está haciendo la BMW en su planta en Dingolfing al sur de Bavaria, donde sólo emplea a gente mayor de 50 años para producir una línea de lujo. Sin embargo, la disponibilidad de los viejos es justificadamente escasa. Además supone, por supuesto, que los viejos trabajen; es decir, que no se jubilen. Y entonces la pregunta obligada, al igual que con los jóvenes, es si eso es justo. ¿Deben los viejos trabajar y pagar impuestos, o son los jóvenes  responsables de su sustento?

En fin. En el centro de esta problemática se encuentra un dilema moral y filosófico de difícil solución. Toca a los diseñadores de políticas públicas, filósofos, financieros y otros tomadores de decisión rediseñar los sistemas de protección social y adaptarlos al mundo posindustrial, o el mundo vivirá lo que quizá sea la primera lucha de generaciones en la historia.

*Este artículo se publicó en Animal Político, el 30 de abril del 2013: Liga