23.04.15

Los tanprontistas

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¿Por qué la indignación de los cincuenta y otras épocas no atenuó la corrupción? ¿Por qué nuestros padres toleraron tanto?

A juzgar por la respuesta a los recientes escándalos sobre propiedades y enriquecimiento sospechoso de funcionarios públicos, parecería que ahora sí hemos llegado a nuestro límite… al momento de ebullición. Sin embargo, una mirada al pasado nos recuerda que la indignación no es nueva. De hecho, invita a preguntarnos por qué a pesar de ella sigue intacta la corrupción.

Leyendo La Presidencia Imperial de Enrique Krauze, me encontré un episodio de 1951 que bien podría haber sucedido hoy. En pleno sexenio de Miguel Alemán, cúspide de la hegemonía priista, surgió una revista de oposición llamada Presente, dirigida por un grupo de periodistas independientes encabezado por Jorge Piño Sandoval.  “Durante treinta y seis semanas, en editoriales y caricaturas, Presente se dedicó a criticar la corrupción en el régimen de Alemán: señaló por su nombre y apellido a los ‘tanprontistas’, que ‘tan pronto’ ocupaban los puestos públicos, se compraban o construían mansiones de ensueño que la propia revista reseñaba con detalle.”

¿Por qué nuestros políticos dejarían de robar con nuestra mera indignación?

Relata Krauze que, aún sin anunciarse, el éxito de Presente era tal que resultaba “imposible encontrar un número en los puestos a las cuántas horas de haber salido”… (y eso que México nunca ha sido un país de lectores). La revista, desde luego, no llegó al número 25 de edición: el régimen la censuró con toda su fuerza y Piño tuvo que huir a Argentina. (Si bien ya no sucede hoy, imagine usted el nivel de censura y represión que había en ese entonces para que, de todas las naciones a las que un periodista de oposición podía huir, escogiera Argentina en pleno peronismo).

Lo destacable, me parece, es la figura del “tanprontista”. Sugiere que los herederos de la Revolución no perdían ni un minuto en hacerse ricos “tan pronto” tuvieran acceso al poder. Tras su sexenio, Miguel Alemán, apodado oportunamente “el ratón miguelito”, llegaría a ser uno de los hombres más ricos del mundo; dejaría a sus descendientes un legado de multimillonarios negocios mineros, metalúrgicos, agrícolas, de bienes raíces… que siguen disfrutándose hoy.

En ese entonces, la indignación tampoco dormía. Krauze recuerda que, lo que no “podía decirse por escrito y en público, se hacía público a través de las cadenas del rumor, como estos versos contra Alemán y su grupo, compuestos luego de que dejó la presidencia:

Alí Babá con sus cuarenta ratas

ha dejado a este pueblo en alpargatas

pero el sultán se siente muy feliz

gastando sus millones en París.

si un nuevo sol en las alturas brilla,

¡maldito sea el sultán y su pandilla!”

 

Esto es sólo con Miguel Alemán. Habría que añadir a sus antecesores –todos los revolucionarios en cuenta regresiva, empezando por Manuel Ávila Camacho–, y a todos sus sucesores: desde Ruiz Cortines hasta hoy. Innumerables historias como la de Presente sugieren que ha habido conciencia sobre la corrupción desde hace mucho. ¿Por qué entonces la sociedad no se organizó en los albores del vicio? ¿Por qué la indignación de los cincuenta y otras épocas no atenuó la corrupción? ¿Por qué nuestros padres toleraron tanto? Hay muchas hipótesis: un régimen autoritario; un esquema corporativista de prebendas que convenía a los grandes sectores sociales; flujos asimétricos de información, etcétera. Bueno, ahora que eso ya no existe, hagamos la siguiente pregunta: si a pesar de la indignación de nuestros padres, los padres de nuestros políticos robaban… ¿por qué nuestros políticos dejarían de robar con nuestra mera indignación?

*Este artículo se publicó el 21 de abril del 2015 en Forbes: Liga