06.05.22

La suma de las partes

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Claroscuros de la oposición.

El bloque opositor se encamina a las elecciones presidenciales con fortalezas y debilidades. Más allá de los candidatos que puedan aportar los partidos que lo integran –algunos tienen varios viables, otros no tienen ninguno–, lo crucial es conciliar las diferencias entre partidos para asegurar la unidad y derrotar al régimen. Ésa es la clave, pues los 15 millones de votos que mostró la base obradorista en la revocación de mandato le bastan para ganar una elección a tercios. El peor escenario sería una elección entre tres o más opciones, que el delfín del nacional-populismo podría ganar con apenas el 16% del electorado, gobernando sin mucha legitimidad.

El PRI es el que tiene el colmillo en la alianza. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. El mejor ejemplo es cómo se apropió de los reflectores la semana siguiente a la revocación de mandato: difundiendo videos épicos de su bancada llegando a pernoctar al Congreso para prevenir un boicot obradorista durante la votación de la contrarreforma eléctrica. De ser la pieza más endeble de la alianza –cuya lealtad siempre estuvo en duda–, se erigió como el líder envalentonado. Aún tiene mal nombre –eso sí más por diablo que por viejo–, pero el duelo del 2024 será tan callejero que se necesitará su experiencia para navegar por las cañerías. El PRI atraviesa por un buen momento.

Lo crucial es conciliar las diferencias entre partidos para asegurar la unidad y derrotar al régimen.

En cambio, al PAN se le ve alicaído. Esos reflectores que se apropió el PRI debieron ser del PAN, el opositor con la bancada más grande y el que más estados gobierna. Pareciera que a sus dirigentes les falta imaginación discursiva y, sobre todo, vehemencia. Aunque el partido tiene estructura y territorio, no da la impresión de ser el eslabón más fuerte de la incipiente alianza ni quien pueda dirigirla al triunfo. Encima, naufraga entre posiciones desatinadas: coqueteos con la derecha rancia europea, por un lado; y con el wokeismo progresista estadounidense, por el otro; olvidándose de su esencia de conservadurismo liberal. No obstante, si los números mandan, el PAN sigue siendo la fuerza principal de la oposición.

El PRD tiene un evidente problema de tamaño, pero tiene sus activos. Por ejemplo, nadie entiende mejor al obradorismo que las corrientes sobrevivientes del perredismo; caminaron años de la mano, le saben todas las mañas y le conocen entrañas. Representa a la izquierda transigente que pactó las reformas liberales y que no se trepó –aunque pudo– al Titanic obradorista. Su aportación a la alianza es más simbólica que numérica.

Finalmente está Movimiento Ciudadano, que no forma parte de la alianza. Igual que en las intermedias del 2021, se autoproclama como la “tercera vía”, trazando una tramposa equivalencia entre el régimen obradorista y la alianza opositora. Su estrategia podría funcionarle si presentara a un candidato con peso propio que le permita superar a Morena prescindiendo de la alianza. De lo contrario, sólo logrará fragmentar el voto opositor para beneficio del régimen. Lo mejor para el país sería que se uniera a la coalición.

Para lograr la unidad del bloque opositor sobresale la propuesta del Frente Cívico Nacional. El corazón del proyecto es que los ciudadanos podamos votar por el candidato único de la coalición opositora mediante primarias abiertas organizadas por el INE. Los partidos opositores se comprometerían a respaldar al ganador, que ya tendría amplia legitimidad ciudadana. Sería un ejercicio inédito en México, no sólo de democracia sino de resistencia al autoritarismo.

*Este artículo se publicó el 6 de mayo del 2022 en Etcétera: Liga