15.07.13

Genealogía de la evasión

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¿Por qué los mexicanos no pagamos impuestos?

En vísperas de la anhelada reforma fiscal, comparto una hipótesis de por qué los mexicanos no pagamos impuestos. Corrupción sistémica, tramititis, ignorancia de la ley fiscal, –todas inferidas causas de la evasión fiscal– son sólo agravantes. La evasión es a priori. Tiene causas todavía más profundas que debemos examinar. La reforma puede ayudar –y ojalá prospere–, pero será un atenuante efímero si no enfrentamos el problema de raíz.

Nunca en la historia de México se ha podido recaudar bien impuestos. De hecho, en los únicos intentos que hubo de establecer sistemas fiscales generales –las Reformas Borbónicas y el Porfiriato–, el país se inmiscuyó en guerras cuyo corolario fue exactamente lo opuesto: la informalidad organizada (que es lo que vivimos hoy).

En México un evasor no es un ladrón que perjudica el bien común.

A los mexicanos no nos gusta pagar impuestos.  Creemos que no es un deber ciudadano y pensamos, incluso, que la evasión es una especie de derecho justificado. Por supuesto no niego que haya incentivos para evadir impuestos: que terminen en zapatos de Granier, que no se vean reflejados en servicios públicos, que no haya representatividad democrática, etc., y también hay que combatirlos, pero es innegable que, como deber ciudadano, pagar impuestos en aras del bien común no nos interesa mucho.

De esto me convenció Mario Trinidad en su artículo Reinventando la Edad Media que postula que a los hispanos –y sobre todo a las élites– no nos gusta “contribuir a las arcas públicas y a los gastos comunes.” Es decir, no nos gusta pagar impuestos. Lo vemos como moralmente ilegítimo y tendemos a “colocar en un plano inferior las instituciones estatales y, por tanto, la obligación moral de contribuir a su sostenimiento.”

“Entre nosotros” dice Trinidad, “resulta incomprensible la frase que pronuncia en un determinado momento el personaje interpretado por Clint Eastwood en El Gran Torino referida a los que evaden el pago de impuestos, a los que equipara con ladrones.”

En México un evasor no es un ladrón que perjudica el bien común, no, es un individuo digno de admiración. No hay una censura moral colectiva en contra de la evasión, todo lo contrario, es hasta cierto punto celebrado como emblema de la audacia.

Esto ocurre por dos razones que parecen antagónicas pero están estrechamente vinculadas. Por un lado, la evasión es una especie de investidura del poder individual dentro del contrato social –sobre todo en una sociedad colectivista como la mexicana– porque es la práctica a través de la cual el individuo se sale de lo colectivo y se fortalece como individuo. Por eso es admirado, porque no pagar impuestos es un acto de insubordinación y desobediencia que reafirma la voluntad individual frente al poder del Estado.

Pero por otro, son los grandes grupos organizados –las corporaciones–, los que a lo largo de la historia, desde la colonia hasta nuestros días, han defendido y preservado la evasión fiscal: desde el gobierno y la Iglesia, hasta empresas y sindicatos, los grupos organizados han promovido la evasión porque les permite extraer rentas y sostener privilegios.

Detrás de la evasión, entonces, hay algo más vil, más cínico: ya sean individuos o corporaciones, o los primeros a la sombra de los segundos, en México cada quien jala agua para su molino. No se podrá eliminar la evasión únicamente con políticas públicas o sistemas modernos de recaudación. Primero tiene que haber un cambio en el espíritu nacional, un cambio magistral. En síntesis, pagar impuestos con patriotismo, desde un impulso ciudadano, por el bien común, como el personaje de Clint Eastwood.

*Este artículo se publicó en El Financiero, el 11 de julio del 2013: Liga