09.08.17

Gatopardo

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¿Realmente hubo alternancia en la Ciudad de México?

El PRI la gobernó por asignación presidencial durante 69 años (de 1928 a 1997), y desde entonces el PRD, escisión del PRI. Pero aunque esa transición eufemística fue producto del voto, ¿acaso cambiaron las formas? A juzgar por la continuidad de los nuevos dirigentes –no obstante sus cuestionables resultados– no mucho.

El pasado es prólogo. El régimen de la Revolución logró la “dictadura perfecta” en todo el país incorporando a los grandes sectores sociales a las arcas del Estado a cambio de votos: el famoso corporativismo. El contubernio era políticamente genial, una fórmula que daba todo el poder a la colectividad organizada en detrimento del individuo desorganizado. Por eso, aunque hubiera habido elecciones libres, los sectores incorporados habrían sido determinantes, independientemente de la voluntad ciudadana. Claro que la dictadura no corría riesgos matemáticos –qué tal si los desorganizados eran mayoría– y por eso se amañaban elecciones.

El corazón político y económico siguió siendo nacional-revolucionario.

La hegemonía veinteañera de la izquierda en la Ciudad de México bien puede atribuirse a una ecuación similar. Desde luego no a elecciones arregladas, pero sí a clientelas que aplastan el voto libre. A una apropiación, incluso, de las corporaciones remanentes del PRI local –sindicatos, organizaciones sociales, frentes populares, informalidad, mafias– pero con otro nombre.

Los herederos aducen un cambio ideológico, y en efecto se observaron ínfulas de democracia social europea –en derechos humanos, sexualidad, cultura, etc– pero el corazón político y económico siguió siendo nacional-revolucionario, no muy disímil del colectivismo que –no es casualidad– diera al país el padre del primer Jefe de Gobierno electo.

No es fortuito que la estirpe lleve 20 años en la silla aunque la ciudad sea un surco de crimen, malos servicios, tráfico, contaminación y por si fuera poco ínfimos niveles de crecimiento económico (en porcentaje de crecimiento del PIB absoluto): el corporativismo supera a la predilección popular. Por eso es tan difícil desmantelarlo, aunque sea anhelo del pueblo. Y aun para aquellos peces que libran la red, hay poderosos anzuelos paternalistas: la pensión, la tarjeta, la despensa, el subsidio.

El problema para el capitalino independiente es que no hay gran alternativa al corporativismo. De los 66 escaños de la asamblea local, 56 están en manos de partidos corporativistas y sus satélites: Morena 20, PRD 17, PRI 8, Verde 3, MC 3, PT 1, NA 1, PES 2, y PH 1; asimismo 14 de las 16 delegaciones: PRD 6, Morena 5, PRI 3.

No incluyo al PAN –que tiene 10 escaños y 2 delegaciones– porque no es, propiamente, un partido corporativista, o al menos no de corte social; y no porque no quiera, o porque sea, como alegan sus adeptos, moralmente superior, sino porque no ha podido apropiarse de una base social considerable, ni en la ciudad ni en el país. Normalmente recurre a otro tipo de alianzas –empresarios, organizaciones educativas y religiosas, etc.– para ganar elecciones. Pero pensar que rechazarían por principio el músculo corporativo si lo tuviesen es ingenuo (ahí está la sospechada alianza entre Calderón y Elba Esther en el 2006).

De modo que el panorama para los capitalinos independientes –es decir, los votantes políticamente libres– es sombrío. A 20 años de la transición, en la ciudad resuena el Gatopardo de Lampedusa. Parece que, gane quien gane en el 2018, se perpetuarán los mismos de siempre, ya sabe usted: la octogenaria mafia del poder.

*Este artículo se publicó el 7 de agosto del 2017 en Animal Político: Liga