25.06.18

Evangelización

Compartir:
Tamaño de texto

La promoción del voto en los comités de base de Morena.

El elemento religioso en Morena es inequívoco para el observador más despistado. Salvo para los adeptos, que habitualmente lo niegan –con una mezcla de sensatez y sobriedad ensayada, como si en cierto grado fuesen conscientes del engaño y en el fondo les produjese ignominia–, hay un evidente ingrediente clerical. ¿Es Morena un fenómeno exclusivamente político? Difícilmente. Ahí donde la política –particularmente la transición a la democracia– falló, hay sed espiritual. Siempre la ha habido, claro, es inherente de la condición humana. Pero aflora en la decadencia de los asuntos públicos, sobre todo en un país como México donde lo político está subordinado a lo religioso en el fuero privado, y viceversa, lo religioso subordinado –aunque sólo superficialmente– a lo político en el ámbito público. Contrario a lo que sucede en Estados Unidos, también en decadencia, donde se puede ser religioso en lo público sin temor a desdibujar la línea secular, la demagogia mexicana de hoy no sólo busca recuperar la gran patria sino algo más ambicioso: salvar al hombre; por eso las promesas de amor y felicidad. ¿Es malo eso? Per se desde luego que no, pero bajo un disfraz político no cabe duda, y me parece que la historia humana no ha titubeado al respecto.

El impulso religioso en Morena no sólo yace en el sustancia sino en la forma. O sea: no únicamente en el mensaje de redención que encarna el líder, sino en la organización eclesiástica. Me refiero sobre todo a los famosos “comités de base”. En su dimensión puramente política, parecen emular a los comités políticos socialistas de barrio que pretendían generar comunidad –sin duda un noble designio, aunque a merced de la democracia–, hasta que sirvieron para mantener vigilados a los vecinos (y no sugiero que esa sea la intención en Morena). Pero en campaña, parecen más bien tener una función evangelizadora. Tienen la encomienda de “invitar a familiares, amigos, compañeros del trabajo y vecinos… a trabajar en tareas de difusión, concientización, organización ciudadana y promoción y defensa del voto; a afiliar a más ciudadanos con visitas domiciliarias; a repartir el periódico Regeneración casa por casa; a difundir las propuestas de Morena y las convocatorias a organizarse y movilizarse”, entre otras. Uno queda tentado a juzgarlos como eufemismos de un gran esfuerzo catequizador. Particularmente con testimonios personales que confirman el empleo de técnicas de persuasión religiosa, desde la concesión selectiva de recompensas –léase la insinuación de premios y castigos y de fantasías y temores, dentro de las cuales se encuentra desde luego la promesa de salvación o, en su defecto, de maldición–, hasta la recitación de consignas, la devoción dogmática al líder y finalmente la invitación a la “conversión.” Lo siniestro, según los testimonios que recogí, es que a menudo se envía a jóvenes de las mejores universidades para ir de puerta en puerta a llevar las buenas nuevas: la venida del salvador. No se trata, por supuesto, de una promoción del voto en igualdad de condiciones intelectuales, tampoco del fomento pro bono del debate y la deliberación, sino de una misión ejercida verticalmente –de jóvenes preparados, adiestrados para predicar el Verbo a la población a menudo más vulnerable, aunque entiendo que en ello no escatiman y tocan en todas las puertas–, para sumar, más que votos, acólitos al movimiento.

El impulso religioso en Morena no sólo yace en el sustancia sino en la forma

Hay otros testimonios, debo decirlo, que advierten la exageración. No se trata, dicen, de un esfuerzo evangelizador sino del clásico proselitismo político, lo mismo que hacen todos los partidos: promover y defender el voto. Puede ser. Digamos, entonces, que existen ambas expresiones. Pero conceder la inexistencia de una estructura catequista o el empleo de técnicas de evangelización, aún nos deja con la sustancia discursiva del movimiento, el mensaje desnudo del líder, tan nutrido de mesianismo. Y es ahí donde se antoja improbable –es más, contradictorio– que los “defensores del voto” no aludan a ese anhelo de redención vicaria a la hora de “convencer” de puerta en puerta a los votantes. Digo, para usar un par de eufemismos.

*Este artículo se publicó el 20 de junio del 2018 en Reforma: Liga