25.01.22

Desaparecidos en el mar

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La peligrosa tentativa presidencial de Salinas Pliego.

Ricardo Salinas Pliego lleva tiempo en los reflectores debido a su actividad pedestre en redes sociales y lo que algunos imaginan una estrategia de posicionamiento político para una eventual candidatura a la presidencia, muy al estilo de Donald Trump. Hace poco Twitter le suspendió su cuenta por violar las reglas de conducta en una querella con la politóloga Denise Dresser, el propagandista obradorista Simón Levy y el youtuber mercenario “Chapucero”, contra los cuales Twitter determinó que había promovido una campaña de acoso. El empresario tuiteó: “¿Qué tal iniciar la semana con un concurso de memes para el #Chapucerdo, #Simion y #LaBrujaDresser… de cuánto le ponemos esta vez, $500 usd como mi perrita promete (pero no cumple) o unos $1,000?, lo pensare (sic). Hay mucho material de cada uno”.

Para muchos, los tuits de Salinas Pliego son fotografías de una idiosincrasia y avisos de un futuro. Aquel por el cual fue suspendido no es ni el más vulgar ni el más ilustrativo. En el mismo intercambio con Dresser, cuando ella lo criticó por sus presuntas deudas al fisco, sus turbias operaciones bursátiles, las quejas de exempleados por maltrato laboral y demás escándalos en los que ha estado involucrado, él le contestó: “¿Oiga cuando hable de mí se puede tapar la verruga feíta que tiene? Ahhh y yo se (sic) que no le gusta pero lávese los dientes, el olor es insoportable y pues da asquito tener que verla.”

Como ése hay decenas: “No sean pendejos”, le tuiteó una vez a la Revista Proceso, “…hoy mañana y siempre les digo que son unos pendejos inservibles y pseudoperiodistas”. En otro le llama ingrata a una exempleada por quejarse de haber sido despedida en medio de la pandemia tras 18 años dedicados a Grupo Salinas. “Me decepciona saber que eres una persona mal agradecida con quien te ocupó por 18 años. De haberlo sabido… tu salida era antes”. Y otro más en el que confiesa que no pagará al fisco “ni un rábano” de los 40 mil millones que, según la titular del SAT, debe. Todo entre una desestimación general por la seriedad de la pandemia y las medidas cautelares, y constantes tuits mostrando su opulencia: golf, helicópteros, yates, viajes, oficinas, casas.

Se ha escrito bastante sobre Salinas Pliego como empresario, siempre como uno de esos magnates mexicanos que, contrario a los estadounidenses, no innovaron nada y fueron privilegiados desde el poder. A través de sus entrevistas, redes sociales y blogs es claro que él se percibe como un self-made man, pero la realidad es que no pasa de ser un heredero, un concesionario y un administrador. No ha inventado nada ni tiene propiamente un mérito creativo. Algunas de sus empresas son producto de la herencia familiar y otras de su cercanía al poder. Ofrece servicios –mediáticos, bancarios, financieros– que para muchos críticos, consumidores y exempleados son caros y malos. Y siempre ha estado rodeado de escándalos: fiscales, bursátiles, políticos, laborales, mediáticos y desde luego legales. Su veta empresarial es un fiel reflejo de quién es en realidad.

Lo que toca discutir, acorde a las sospechas y los tiempos, es su eventual y posible tentativa presidencial. Es oportuno discutirlo porque ha estado en boca temblorosa de muchos, y sobre todo porque es un suceso factible. Lo es primeramente por el espíritu de los tiempos. Si algo distingue a la nueva ola demagógica global de otros períodos populistas es la incursión de los outsiders. De Berlusconi a Beppe Grillo y de Trump a Iglesias, la política se abrió a redentores externos al establishment político. En ese sentido, la comparación de Salinas Pliego con Trump no es fortuita: primero, porque, como aquél, no es un empresario genial –aunque así se venda–, sino un tiburón heredero y oscuro; segundo, porque es un strong man, un macho alfa vestido de libertario, igualmente vulgar y grosero, que desafía la corrección política y la decencia como supuesto ejercicio de autonomía; tercero, porque puede presumir su autosuficiencia como un teflón de incorruptibilidad; y, finalmente, porque su blitz de exabruptos en redes sociales es muy parecido.

Queda preguntarse si el electorado mexicano se iría por alguien así. El arquetipo jacksoniano tiene resonancia en Estados Unidos, donde sí hay una tradición libertaria del new frontier, de esa emancipación filosófica –y desde luego práctica– del individuo frente al gobierno. ¿Pero en México? No encuentro antecedentes, ni siquiera en el sinarquismo, que, aun de extrema derecha, era más comunitario y social que individualista. La otra derecha, la panista –incluso en su facción empresarial–, tampoco es individualista sino de congregaciones, familias y asociaciones.

Lo que toca discutir, acorde a las sospechas y los tiempos, es su eventual y posible tentativa presidencial.

El maverick político gringo apela al emprendedor, pero su votante es el hombre solitario, desposeído, el forgotten man. ¿A quién apelaría Salinas Pliego? ¿A los de abajo? A esos no sólo ya apela López Obrador, sino que Salinas Pliego sería una figura incompatible: por un lado, como usurero; por otro, como oligarca. Quizá podría hacerse del apoyo del pequeño y mediano empresario, ese tan exprimido por el fisco, que vive en medio del sándwich de clases, el emprendedor echaleganista que López Obrador desdeña como aspiracional y al cual abandonó inmisericordemente en la pandemia a pesar de ser el principal empleador del país.

Cierto que Salinas Pliego ha sido uno de los principales privilegiados del obradorismo: además de estar en su Consejo Asesor Empresarial, ha sido beneficiado con múltiples contratos, sobre todo como despachador de programas sociales mediante su red bancaria. Pero, si quisiera competir, eventualmente tendría que distanciarse, por mera geometría, de López Obrador. Ahí es donde habitualmente se ensaya una comparación entre ambos, un dilema engañoso porque se presta para tolerar al obradorismo actual, en el entendido de que Salinas Pliego sería peor. Sin duda lo sería, pero eso para nada debe ser un beneplácito para este régimen destructivo.

Ambos comparten el desdén por la ley, las reglas, la democracia, la decencia y el decoro. La diferencia crucial me parece esta: creo que López Obrador no es un sanguinario. Es un autoritario discursivo y un destructor institucional, un jacobino y un demagogo resentido, pero no es un carnicero represor. De Salinas Pliego no olvido esa imagen de su ejército privado subiendo en camionetas para arrebatar el Cerro del Chiquihuite a punta de metralleta. En esa línea, imaginémoslo por un momento al frente de las Fuerzas Armadas, sobre todo con la creciente e irreversible militarización de la vida pública. ¿Qué institución mexicana podría hacer contrapeso a un hombre con esos medios y ese talante? La diferencia es la pulsión violenta. Me imagino que con Salinas Pliego sí habría desaparecidos en el mar y cosas de esas.

*Este artículo se publicó el 25 de enero del 2022 en Literal Magazine: Liga