28.07.22

Delfina anunciada

FOTO: GALO CAÑAS/CUARTOSCURO.COM
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Sabemos muy bien quién es Delfina Gómez.

Las encuestas preliminares de Morena –eufemismo del dedo flamígero del Líder– para elegir a su candidato al gobierno del Estado de México favorecen a Delfina Gómez, la secretaria de Educación Pública de México. No se crea que el dedo flamígero es caprichoso: responde al pulso del pueblo, que el Líder sabe interpretar con precisión, pues son uno y lo mismo. Además, Delfina tiene la virtud de representar fielmente a nuestra cultura política.

Primero que nada, Delfina es una delincuente. Pero no de la pandilla de Atlacomulco, de cuello blanco y corbata; su corrupción es más bien del tipo cardenista: robar para el movimiento popular (Schettino). Que le haya quitado 10% de sus salarios a los trabajadores del ayuntamiento de Texcoco cuando era presidenta municipal para financiar a López Obrador no es corrupción: es patriotismo. Corrupción es tener relojes y departamentos en Miami. Muchos se preguntan de qué milagros vivió López Obrador tantos años sin tener trabajo o puesto de elección popular, y cómo le hizo para financiar tantas vueltas a la república sin robar un centavo: bueno, con gente como Delfina, que robaba sin robar, que pasaba el sombrero para hacer historia.

Primero que nada, Delfina es una delincuente.

Segundo, Delfina es la clásica maestra que no es maestra. Tiene posgrados en pedagogía y demás credenciales de dudosa procedencia, pero no sabe hablar. Ya sabemos –contrario a lo que pregona la no primera, Beatriz– que no es necesaria la cultura para gobernar. El problema es que Delfina es secretaria de Educación Pública, sucesora de Justo Sierra, José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet. Desde el mismo escritorio ha supervisado uno de los grandes pactos que llevó a López Obrador al poder, tal vez el peor crimen del sexenio: revertir la reforma educativa a cambio del apoyo del magisterio. Ella encarna esa restauración corporativa, que ha sacrificado a los niños en el altar de la revolución. Sólo para ponerlo en perspectiva: Marx Arriaga, el bufón marxista encargado de los libros de texto –labor que se ha reducido a la maoísta encomienda de suprimir conceptos modernos y liberales como “competencia” y “calidad”–, es su subalterno. Si la pandemia y la nula respuesta del gobierno casi destruyeron a la educación pública, podemos estar seguros de que el nuevo adoctrinamiento, la venta de plazas, la restitución de la CNTE y el clientelismo educativo, culminarán la faena.

Tercero y último, Delfina es el prototipo del gatopardismo marrullero y populista; una gobernante que se disfraza de pueblo para que todo empeore. Nadie disputa que al Estado de México le urja una alternancia después de 80 años de PRI, que se ha pasado el poder de mano en mano entre familias en contubernio: el gobernador actual es primo de Peña Nieto e hijo y nieto de exgobernadores. El resultado es desastroso: el Estado de México consistentemente sale en los peores lugares en incidencia delictiva, percepción de inseguridad, pobreza, educación, desarrollo y corrupción.

A estas alturas ya debemos haber aprendido la principal lección del obradorismo que encarna Delfina: siempre se puede estar peor, sobre todo cuando el embaucador se viste de humilde –lo que le permite cubrirse de santidad–, arquetipo que ella personifica muy bien. No es inevitable la disyuntiva entre lo peor del PRI y Delfina, sobre quien el electorado ya tiene información de sobra: habrá en la boleta perfiles más dignos. Darle el beneplácito a la embajadora del obradorismo sería una enorme negligencia. Pero como ha dicho el Líder: “con las tradiciones del pueblo es mejor no meterse”. Y una de esas tradiciones es no ser muy asertivo a la hora de votar.

*Este artículo se publicó el 28 de julio del 2022 en Etcétera: Liga