18.10.13

Auge migratorio

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Aunque usted no lo crea, México se está convirtiendo en un destino de inmigración global. Aún no del calibre de Estados Unidos, Canadá o Australia, desde luego que no, pero sí lo suficiente para entusiasmarnos, creo yo. Los números demuestran que, para mucha gente, México es una opción atractiva.   

Si usted no me cree y se quiere sorprender, vaya un día a las oficinas del Instituto Nacional de Migración en el Distrito Federal, donde las filas de pretendientes son largas y numerosas. Y no sólo son centroamericanos, no; son franceses, españoles, italianos, gringos, árabes, latinos, chinos, africanos y japoneses; filas de hombres y mujeres de todo el mundo –países ricos y pobres– que quieren vivir aquí.

Datos recientes lo comprueban. Según el INEGI, por ejemplo, la cantidad de extranjeros legalmente viviendo en México se duplicó en sólo diez años: de casi medio millón en 2000, a casi un millón en 2010. Sin embargo, algunos cálculos extraoficiales estiman que el número real es de aproximadamente cuatro millones, sin calcular los que ya se naturalizaron.

Gozamos de libertades verdaderamente valiosas, desde económicas y sociales, hasta religiosas, políticas, étnicas y de pensamiento.

Por otro lado, tan sólo en 2011, según Segob, había poco más de 300 mil extranjeros trabajando en México legalmente, de los cuales, 70 mil eran sudamericanos, 70 mil gringos, 60 mil europeos, 15 mil canadienses, 18 mil caribeños, 32 mil centroamericanos, y 35 mil asiáticos, es decir, una gran diversidad. Cuente usted, además, todos los trabajadores no registrados.

El fenómeno es tan real que hace dos semanas el New York Times publicó un reportaje especial titulado México es la Nueva Tierra de Oportunidades para Migrantes (For Migrants, New Land of Opportunity is Mexico) sobre cómo cientos de extranjeros –incluso de países ricos como Francia y Alemania– llegan diario a México en busca de mejores oportunidades.

Pero, ¿qué oportunidades?, se preguntará usted justificadamente. Somos un país de enormes desigualdades, enfermo de violencia y corrupción; los sueldos son bajos y los servicios caros; la calidad de vida mala y la educación básica nefasta; bueno, hasta xenófobos somos…¿por qué querría alguien emigrar a México?

Sí, todo eso es cierto, pero pensemos por un momento en los innumerables beneficios que nuestra republica laica y democrática ofrece, sobre todo, en comparación con la gran mayoría de países  –algo que los mexicanos raramente hacemos.

Gozamos de libertades verdaderamente valiosas, desde económicas y sociales, hasta religiosas, políticas, étnicas y de pensamiento; no estamos peleados con ningún país ni con nosotros mismos; nuestra cultura es vibrante y diversa; hay servicios, productos y tecnologías de primer nivel; hay buenas universidades y algunas de las empresas más importantes del mundo; bueno, hasta el clima y la comida son envidiables.

Como dijo al NYTimes una mujer californiana cuyo negocio en México prosperó rápidamente: “hay una energía muy especial en este país; la sensación de que todo es posible; es difícil ver eso en Estados Unidos.” Al parecer, lo mismo piensan los 12 mil coreanos que, según el Centro Cultural Coreano del Distrito Federal, han llegado a México en los últimos años; o los miles de canadienses, españoles, chinos y venezolanos que año con año se avecinan a estas tierras.

Esto no quita que seamos un país subdesarrollado y desigual con grandes sectores poblacionales que, desgraciadamente, no tienen acceso a estos beneficios. Negarlo sería irresponsable y falso. Sin embargo, también es válido celebrar –y reconocer– que México es una opción atractiva para miles de personas en el mundo. Creo que nos puede dar confianza patriótica e indicarnos si vamos por el camino correcto. A fin de cuentas, la gente emigra a donde la vida es mejor.

No obstante, el incremento migratorio no siempre es resultado de una voluntad nacional o necesariamente refleja que México sea una opción atractiva. Una parte de la inmigración, por ejemplo, es involuntaria: de empleados que son transferidos a México por razones laborales. Otra, aunque voluntaria, sólo se trata de hijos de mexicanos que nacieron en Estados Unidos y regresaron a México o de mexicanos con doble nacionalidad. Y otra, de aquellos que sólo están de tránsito esperando entrar a Estados Unidos, o de quienes vinieron momentáneamente debido a una crisis en su país y después se regresan.

También es cierto, lo menciona el reportaje del NY Times, que a los extranjeros –sobre todo europeos y norteamericanos– les puede ir bien en México gracias, en parte, al enorme favoritismo racial, y no precisamente a que la economía sea espectacular, inclusiva y con oportunidades para todos. Sabemos que no pasa lo mismo con centroamericanos –víctimas frecuentes de un abuso casi sistémico.

Sin embargo, parte de la migración sí es voluntaria y se debe, en buena medida, a que México es una opción atractiva. Es difícil medir qué tan bien le va a los inmigrantes en México. En este sentido, no hay muchos datos cuantitativos. Pero a juzgar por decenas de testimonios personales descritos en reportajes como el del NYTimes o dos recientes de la NBC y CNN, es válido suponer que, para muchos, México es una tierra de oportunidades.

En todo caso, sea cual sea la causa del auge migratorio, indique bienestar o no, me parece que la inmigración es positiva per se y deberíamos estimularla. ¿Por qué no aprovechar el actual ambiente reformista para cambiar algunas restricciones constitucionales a la inmigración? Por ejemplo, la prohibición a la compra de tierras. Aunque seguramente la izquierda conservadora se opondría, imagínese usted un México global y multicultural, un destino de migración que, como ocurre en Estados Unidos, es una fuente segura de ideas, riqueza, cultura, sabiduría y desarrollo.

*Este artículo se publicó el 7 de octubre del 2013 en ADNPolitico: Liga