27.11.15

Argentina se hartó

Compartir:
Tamaño de texto

Sólo los kirchneristas fanáticos no pueden entender el triunfo de Macri. El hecho es que la mayoría de los argentinos se cansó.

*En colaboración con Marcelo Delajara
Lo que parecía imposible finalmente sucedió: Mauricio Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y su agrupación de centro-derecha “Cambiemos” le arrebataron en segunda vuelta y con 51.4% de los votos la presidencia de la República Argentina al oficialista “Frente para la Victoria” (FPV), liderado durante década y media por los peronistas Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández de Kirchner (Presidentes en los periodos 2003-2007 y 2007-2015, respectivamente). El candidato oficialista era Daniel Scioli, quien fue Vicepresidente con Néstor Kirchner y luego dos veces gobernador de la Provincia de Buenos Aires; hombre que aceptó ser monigote del matrimonio durante la docena entera con tal de llegar a la candidatura presidencial.

Los Kirchner ejercieron un poder sin fisuras y, durante la mayor parte del tiempo, sin ninguna oposición real. Néstor fue muy popular inicialmente por su cambio de estilo de gobierno respecto a sus predecesores, caracterizado por un acercamiento físico con la gente en las calles y una confrontación personal con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y algunos de los “cucos” argentinos: los militares de la sangrienta dictadura de 1976-1983 que se habían beneficiado con indultos y con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final (que Kirchner derogó). También practicó un calculado desdén hacia miembros notables de la comunidad internacional, desde George W. Bush hasta la Reina Beatriz de Holanda, a quien dejó plantada en una función de gala del Teatro Colón que ella le organizó. Esto, más una negociación a todo-o-nada con los acreedores del país –quienes tuvieron que aceptar en 2005 un recorte de casi 70 % en el monto de deuda soberana con tal de cobrar algo– llevó a Argentina a situarse en los márgenes de la comunidad internacional.

Los Kirchner ejercieron un poder sin fisuras y, durante la mayor parte del tiempo, sin ninguna oposición real.

Cristina lo siguió en la presidencia desde 2007 (él luego murió en 2010, en la cima de su prestigio: su último acto político fue lograr la aprobación del “matrimonio igualitario” en todo el país). Si Néstor buscó a sus enemigos principalmente fuera del país, Cristina se los buscó adentro. Su gestión generó, casi de inmediato, antipatías y revueltas de los empresarios, especialmente en los medios, el comercio y en el sector agropecuario. Llevó la intervención del Estado en la economía a niveles no vistos desde hacía décadas, principalmente a través de la regulación de precios al consumidor, impuestos a las exportaciones y el congelamiento de tarifas públicas. El superávit fiscal de los años de Néstor se esfumó ante el consecuente aumento en los subsidios a familias y empresas, lo que la condujo a apoderarse del banco central y a generar una inflación anual –extraoficial– cercana al 30 %. Después, para ocultar la inflación, intervino al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos e impuso su propio cálculo (para el gobierno la inflación nunca fue mayor al 10 %). Un resultado de esto fue que las mediciones del PIB y de la pobreza también fueron alteradas. Según declaraciones recientes de Macri y otros detractores, nadie sabe a ciencia cierta la magnitud actual de estas importantes variables económicas. Cristina también nacionalizó las AFORES: quienes tenían allí sus ahorros para la jubilación sólo recibieron a modo de explicación una carta en la que se les notificaba el monto de lo que el Estado les había confiscado. También fueron nacionalizadas la petrolera REPSOL-YPF, mediante una expropiación forzosa, y Aerolíneas Argentinas. No olvidemos, además, una intervención permanente del Estado en el mercado cambiario y varias restricciones para comprar moneda extranjera, así como la prohibición a importaciones.

Los argentinos tampoco pudieron digerir bien el apoyo del gobierno a los regímenes de Venezuela, Bolivia y Ecuador cuando al mismo tiempo se enemistaba con los de Chile, Uruguay y Brasil, sus aliados naturales y miembros del Mercosur. Encima, se enemistó con la comunidad judía local. Ésta inicialmente había apoyado a los Kirchner porque Néstor resucitó las investigaciones judiciales sobre el atentado terrorista contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) ocurrido el 18 de julio de 1994. Pero ese apoyo se desvaneció cuando Cristina cambió de táctica frente a Irán y, en lugar de continuar solicitando la entrega y juicio de los funcionarios de ese país sospechosos del atentado, llegó a un acuerdo bilateral con Irán para establecer una supuesta “comisión de la verdad” conformada por representantes de ambos países para aclarar lo sucedido. El fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, denunció ese acuerdo y acusó a Cristina de intervenir en la justicia para asegurarse un arreglo comercial de provisión de petróleo desde Irán. Nisman luego murió en circunstancias poco claras, generando tal vez el acto más significativo de repudio de la población hacia el gobierno.

Sólo los kirchneristas fanáticos no pueden entender el triunfo de Macri. Pero el hecho es que la mayoría de los argentinos se cansó finalmente de estas políticas (que los mexicanos no vemos hace treinta años). Ahora les preocupa, principalmente, el enorme aislamiento internacional y la inflación, así como la corrupción y la inseguridad (que  perciben como rampantes, incluido el narcotráfico). En su primer día como presidente electo, Macri declaró que acercará a Argentina a la Alianza del Pacífico (de la cual México forma parte) y que buscará la independencia y autonomía efectivas del banco central. Pero el partido de Macri no tiene mayoría en el poder legislativo, por ello tendrá que convencer a los representantes de quienes no votaron por él que estos cambios no son afrentas al orgullo nacional o a la soberanía popular. Al final, el resultado dependerá de la capacidad del nuevo presidente para revertir la percepción atávica en esa parte de los argentinos de que el libre comercio es entregarse al “imperialismo yanqui” y que renunciar al control político del banco central es resignarse al deterioro del gasto social.

*Este artículo se publicó el 27 de noviembre de 2015 en Animal Político: Liga