03.11.17

Anaya: el ajedrez

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El joven presidente del PAN, Ricardo Anaya, despliega virtudes de ajedrecista político como pocos.

Desde que inquietó a sus contrincantes –principalmente el PRI, la facción calderonista del PAN y AMLO– ha sorteado vendavales de este y oeste con una sagacidad auténticamente maquiavélica, en la acepción más pura de la palabra. Ya redobló embates de Manlio Fabio Beltrones, Felipe Calderón, Margarita Zavala, Emilio Gamboa, Peña Nieto y recientemente El Universal, al que ganó un derecho de réplica por una información que el diario publicó –según el juez federal que dictaminó a favor de Anaya– de “forma inexacta”, habiéndolo acusado de enriquecimiento ilícito, cuando Anaya logró demostrar que su patrimonio antecede su ejercicio político. Con apenas 38 años, ha vencido a no pocos viejos dientudos. Hoy es adalid de la coalición puntera hacia el 2018, según todas las encuestas: el Frente Ciudadano por México (que hasta el momento no tiene nada de ciudadano, pero esa es otra cuestión).

Me parece que, como Andrés Manuel, y contrario a Peña Nieto, Anaya tiene una gran capacidad para apropiarse de la narrativa a posteriori. Su juego es doblar la apuesta. Calcula, ensaya escenarios, mueve, espera el ataque, revira. La diferencia esencial con López Obrador es que éste generalmente alude a la sensibilidad popular fuera de las instituciones… con temas siempre efectivos y tautológicos como la pobreza, el victimismo histórico y la justicia retributiva (que después de tres veces ya no son tan efectivos); mientras que aquél no vacila en usar las reglas propiamente establecidas –su partido, el Congreso, los tribunales, el INE– para construir un personaje igualmente atacado por el poder pero poco más verosímil, toda vez que no parte del martirismo o de la heroicidad prometeica sino de cierta formalidad. Digamos que es, guardando toda proporción tropical, más moderno, racional. Así, lo que habría merecido una descalificación trumpiana de Andrés Manuel a El Universal, mereció una demanda legal de Anaya… aunque no desprovista, por supuesto, de una acusación de contubernio con el PRI.

Anaya tiene una gran capacidad para apropiarse de la narrativa a posteriori.

Y vaya que, hablando de medios, lo han golpeado. En un sondeo personal sin ninguna validez estadística, calculo que la gran mayoría de ellos –compuesta sobre todo de columnistas priistas, remanentes del calderonismo y adeptos de la izquierda morenista– se ha ido al ataque. Lo cual está muy bien: que nadie en democracia pretenda esquivar el bisturí, es justamente ahí donde podemos evaluar el temple de los actores. Pero entonces, es también ahí donde Anaya se ha antepuesto a la adversidad, e incluso dado clases. No recuerdo que les haya tocado semejante escrutinio pre-electoral a sus opositores en respectivos años: ciertamente no a Peña Nieto en 2012 ni a Calderón en 2006. Sí a Andrés Manuel en ambos – pero, claro, perdió.

Con eso en cuenta, parece que la estrategia de Anaya es doble: ganarle al PRI la opción anti-obradorista al tiempo que a López Obrador la opción anti-PRI. Cualquiera de las dos es redituable, puesto que ambos adversarios son figuras a vencer: el primero como partido en el poder, sinónimo de corrupción; el segundo como puntero en eterna campaña. Y es así como mata dos pájaros de un tiro. La prueba inequívoca de éxito seria un Frente Ciudadano en primero, con AMLO y PRI compitiendo por el segundo.

No obstante, Anaya debe estar en un dilema: si sus hasta ahora exitosas querellas son o no atributos para el Frente. Es decir, si son suficientes para que sea candidato o si se vislumbran ataques que sea mejor evitar a favor de la coalición, pues también es cierto que en cada embestida hay una pequeña pérdida –algunos opinan que Anaya ya está demasiado golpeado–: no sea que le pisen una cola imprevista que desbarate todo, lo cual es siempre una posibilidad. Encima, se desvelan ciertos defectos: visos de terquedad que, mal administrados, podrían convertirlo en una suerte de Madrazo o, ya en la ironía, en el propio Calderón.

Ahí yace su candidatura. La primera voz le diría que no puede desistir de una competencia por reserva a la hostilidad. La segunda, que es mejor sorprender a todos: haber sido, todo este tiempo, pararrayos del Frente para dar paso a un personaje impoluto, auténticamente ciudadano: Claudio X. González, Juan Ramón de la Fuente, suenan por ahí; una movida que podría dejar a Anaya en el poder de facto, como mastermind. Cualquiera que resulte victoriosa, convertirá a Anaya en uno de los políticos más astutos y audaces en la historia de nuestra joven democracia. Por ahora, el ajedrecista se debate entre comer o enrocar.

 

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