03.09.21

Analistas de claustro y analistas de cantina

Compartir:
Tamaño de texto

Para el análisis político básico no hacen falta doctorados ni diplomas.

Todos tenemos al compadre ducho para el análisis político. De día es carpintero, médico o vendedor de seguros, y de noche un magnífico exégeta de los corredores del poder. A mitad de sexenio ya sabe cómo está el tablero de la sucesión, prevé los encontronazos legislativos y quiénes serán los ganadores y perdedores cuando se ponga el sol. Y sabe también advertir los peligros o virtudes en uno u otro personaje o proyecto.

En contraste, tenemos a los analistas profesionales que siempre se equivocan, aunque vivan de eso. Cacarean con descuido los destapes al segundo año del sexenio, sus advertencias de movimientos en el gabinete siempre son desatinadas y, sobre todo, desorientan al votante respecto a la calidad y semblante de los contendientes. Vendedores de humo, les llaman. Vaya, a cuántos no exhibió el obradorismo. Sobra echar en cara cómo se desbocaron tan grandes y prominentes columnistas y profes universitarios que nos anticiparon que el Licenciado sería un Willy Brandt, y ahora recurren a todo tipo de piruetas y contorsiones para salvar su reputación, aunque la audiencia mexicana en general sea amnésica e indulgente con ellos y probablemente sigan cobrando muchos años más a costa de sus simpatizantes.

La instrucción puede entorpecer el sentido más común.

La explicación es sencilla: para el análisis político básico no hacen falta doctorados ni diplomas de universidades extranjeras, tampoco experiencia de campo ni fuentes informativas de alto nivel. Basta con una sensibilidad innata y algo de lo que carecen muchos analistas de oficio: candidez y libertad para decir lo que realmente se piensa. El analista amateur no tiene intereses que cuidar, poses que guardar ni nada que perder.

Además, la instrucción puede entorpecer el sentido más común. En las escuelas de periodismo, por ejemplo, se enseña mal la “objetividad”. A menudo se confunde con equidistancia forzada. Según esta doctrina, un periodista de opinión debería anotar tres cositas malas del gobierno en turno seguidas de tres cositas buenas para así saldar en buen balance sus cuentas y no parecer tendencioso. Hemos visto hasta el cansancio esta coreografía equilibrista en cada informe de gobierno de los 40 que lleva López Obrador. No, señores: no tienen que buscar hasta en las coladeras para verse objetivos. Eso no es buen periodismo de opinión, ni análisis. Si le rascamos, todos los gobiernos tienen “cosas buenas”. Pero un ejercicio de sensatez y honestidad intelectual se fijaría en el espíritu de los tiempos, en el zeitgeist, en el bosque entero, no en los arbolitos, ni mucho menos en las plantas. Con ese ojo, los comentaristas más razonables, inteligentes, sensibles y honestos convienen en que el primer trienio de este gobierno ha sido un desastre de proporciones históricas. Y ahí está la objetividad; sustentada, desde luego, en todos los datos e indicadores posibles.

No es este un argumento antiintelectual, espero no se malentienda. Reconozco los poderes de la instrucción para el análisis político. Siempre me ha maravillado, por ejemplo, cómo Octavio Paz le auguró a Enrique Krauze lo que le aguardaba a Colosio según sus lecturas de Shakespeare. Mi argumento es sobre los colmos. Porque, como dice Lucas, “a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará.”

*Este artículo se publicó el 3 de septiembre del 2021 en Etcétera: Liga