29.01.18

AMLO arrinconado

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¿Cómo sería López Obrador de presidente frente a una democracia mexicana más sólida de lo que se cree?

Ironías de la democracia. Algunos incautos creen que un Congreso de oposición y una Suprema Corte autónoma limitarían a López Obrador; que los poderes republicanos lo acotarían. La presidencia imperial murió hace mucho, apuntan, y ni Fox ni Calderón pudieron gobernar. Peña Nieto apenas pudo mientras duró el pacto constituyente, un ínfimo año. Lo mismo pasaría con Andrés Manuel, se consuelan: no podría gobernar.

Correcto, es probable que, de ganar la presidencia, Andrés Manuel no logre mayoría en el Congreso, ni tenga una Suprema Corte a modo. Es decir, que al menos en un inicio, no pueda gobernar, o no conforme a las reglas. Pero eso, en todo caso, entraña otros peligros. Por una razón muy sencilla:

Algunos incautos creen que la democracia limitaría a López Obrador.

Si pudiera gobernar, es previsible un intento de regreso a la presidencia imperial. Lo que ya sabemos: la disolución de instituciones; órdenes a diestra y siniestra; justicia y gracia para los amigos, justicia a secas para los enemigos; fueros para proteger a la nueva clase dirigente; mando vertical; en fin – una calca de su reino vigente: Morena; o del antiguo: el Distrito Federal.

Pero imaginemos, ahora, qué pasaría con un sujeto imposibilitado desde el inicio aunque con las mismas pretensiones finales. O sea, un Andrés Manuel frente a una democracia mexicana más sólida de lo que se pensaba: el Congreso en su lugar, la Corte hermética, los estados soberanos, los empresarios resistentes, y la sociedad civil y la prensa críticas.

No sería un dictador como Maduro, no. No digamos ya un Dios como Fidel. Y no porque no quisiese, sino porque no podría. Lo habríamos contenido. Hombre, pues qué mejor, ¿no? Si de eso se trataba la democracia, ésa era precisamente la intención. Algo habríamos hecho bien estos 20 años.

Desde luego. Sólo que, a cambio, habría una especie de Trump en potencia – como arquetipo. Es el semblante que, arrinconado, acostumbra López Obrador. ¿Y qué hacen ésos ante la imposibilidad? Bueno, compensar ahí donde sí pueden: en los símbolos, la cultura, los miedos nacionales, los códigos más profundos, los resentimientos más oscuros. No para digerirlos ni limarlos ni mucho menos darles la vuelta, sino todo lo contrario: exacerbarlos, siempre como subterfugios, para ganar un drama maniqueo detrás del cual no yace nada más que un berrinche por el poder.

No me refiero a la construcción de una narrativa épica, a una lucha entre el héroe bienintencionado que quiere conducir a su pueblo a la gloria y un sistema –léase la democracia– que se lo impide. No. Eso, con sus correspondientes escarnios a las instituciones, ya es parte abierta del discurso.

Me refiero, sobre todo, a lo tácito, a lo que ya está ahí pero apenas se sugiere; a un presidente cultural, uno que pretendería legitimar los peores signos de nuestro carácter, los demonios: el racismo, el clasismo, la xenofobia, el miedo a la riqueza y al individualismo, los sueños violentos de justicia social, la eterna nostalgia de un pasado promisorio, entre otros. Un presidente que buscaría apropiarse de las fantasías para gobernar nuestros corazones.

En este escenario, ¿nos habría fallado la democracia? Claro que no. Simplemente sepamos que ésta –como podemos atestiguar en el mundo y la historia– no basta para disipar el arquetipo trumpiano. Hay una tarea previa: exponerlos antes de que ganen. Aquí mi contribución.

Este artículo se publicó el 26 de noviembre del 2018 en Animal Político: Liga