09.07.21

Aislacionismo

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México es hoy un país más aislado y desconectado.

El aislacionismo es uno de los semblantes del régimen populista mexicano. Nos hemos desconectado del mundo. Estaba anunciado que así sería desde que el líder profería que la mejor política exterior es la interior. Ha sido una vuelta al solipsismo parroquial: el freno a una inercia cosmopolita de 35 años que inició desde que México ingresó al GATT en 1986, efeméride que marca también nuestro ingreso oficial al periodo neoliberal.

El retraimiento no es fortuito: es parte de la ola iliberal en el mundo, lo mismo de izquierda que de derecha, que pretende reivindicar los valores nacionales frente a los vicios económicos y culturales de la globalización. Por eso los homólogos –Orbán, Erdogán, Bolsonaro, Duda, y en su momento, Trump– han impulsado un recogimiento similar.

Se trata de una pulsión anclada en la convicción nacionalista –un poco autárquica– de que aquí está todo lo que se necesita;  es también un instrumento retórico que resuena en buena parte de la población, a la que le fue inculcada la autosuficiencia desde el nacionalismo revolucionario. Pero es claro que el régimen sí está hecho de globalifóbicos que ven con recelo a las sociedades abiertas. Basta con echar un vistazo a los dirigentes en energía, ciencia y tecnología, educación, medio ambiente y cultura. La encomienda es suprimir lo foráneo, lo moderno, lo privado, y exaltar lo tradicional, estatal y local.

El comercio exterior sigue representando casi el 80 por ciento de nuestra economía. Por ello López Obrador permaneció en el tratado de libre comercio con Norteamérica, pero más como un salvavidas que como una vocación. Al mismo tiempo, se frenó prácticamente todo el esfuerzo por posicionar a México en el mundo, empezando con el cierre de ProMéxico y sus 48 oficinas en los principales 31 países. Ahora nos llegan las imágenes de las escuálidas ferias para promover el turismo; de las penosas participaciones del presidente en foros internacionales; de los cientos de estudiantes becados que el gobierno ha dejado desamparados en el extranjero; y de los estímulos del Banco Nacional de Comercio Exterior otorgados a propagandistas del régimen, como Epigmenio Ibarra, mediante adjudicaciones subrepticias.

La encomienda es suprimir lo foráneo lo moderno, lo privado, y exaltar lo tradicional, estatal y local.

El retraimiento se agrava porque va acompañado de un beneplácito a los peores regímenes de la región. La amistad del régimen con las excelencias cubanas, venezolanas, bolivianas, y nicaragüenses es conspicua. México acaba de solapar por omisión al sátrapa Daniel Ortega, negándose a votar por una sanción de la OEA contra la persecución sistemática y encarcelamiento de opositores. Es parte del juego junto con los demás gorilas del vecindario: Nicolás Maduro, Evo Morales y Rafael Correa.

Los ideólogos del obradorismo pretenden engañar vendiendo anhelos arielistas de volver la mirada a la vecindad hispanoamericana, un poco más pura, más nuestra, más familiar, frente a la fría modernidad anglosajona, pero sabemos muy bien –pues estos resortes tienen décadas– que esa espiral siempre termina en el almanaque de la indecencia.

Así, tras tres años de nacional populismo, México es un país más solo, aislado, ensimismado y desconectado, y menos atractivo, menos confiable y menos abierto; emparentado ya con los principales enemigos de la libertad y la democracia en la región.

*Este artículo se publicó el 9 de julio del 2021 en Etcétera: Liga